El deporte es esencial


Casi lo primero que aprendimos de la pandemia fue que de esta no saldremos ni más unidos ni más fuertes ni mejores, pero sí podemos terminar hechos una piltrafa física y emocional si nos dejamos ir. Después de un primer momento de lógico cerrojazo al deporte, como prudente mecanismo de defensa ante lo desconocido, era imprescindible que la actividad física volviera. No solo como entretenimiento —ni como narcótico de una sociedad encerrada— como desde el Gobierno se deslizó, sino como fuente de salud. Está bien que regresasen pronto el fútbol —un tinglado que genera un inmenso negocio, aunque nadie se crea que alcance los 15.688 millones de euros anuales de la industria de la que habla LaLiga— y el baloncesto profesionales. Pero en realidad lo que resulta imprescindible es que se establezcan los protocolos y normas que permitan que el deporte forme parte de la vida de las personas. Con mascarilla, con distancia, con requisitos. Pero no hay alternativa si no queremos acabar, además de pobres, enfermos. Este horrible año de pandemia ha servido para que, en medio de un mar de normas que cambiaban con demasiada frecuencia, confundían sobre su aplicación y hasta sembraban dudas por su incoherencia, se visibilizase la importancia de practicar deporte con licencia. Con todas las imperfecciones que tiene el mundo federativo —donde demasiados dirigentes vitalicios avergüenzan a los practicantes de base, de bocata y autobús—, vale la pena el compromiso de tener ficha. Qué oportunidad hasta ahora perdida de convencer para que continúen los miles de caminantes, corredores y ciclistas que durante las primeras horas de la desescalada de la pasada primavera salieron a las calles a respirar. Porque el deporte es esencial. 

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