Un día echas cuenta y reparas en que tu escritor fetiche murió hace un año. Y constatas con nostalgia que nunca lo volverás a leer. Luis Sepúlveda. Lucho para los amigos. Habría cumplido 71 años en octubre. Nacido en Ovalle, capital del fértil valle de Coquimbo, el norte Pacífico chileno. Intentó ser periodista, pero pronto descubrió que su relación con la verdad era compleja, así que se hizo poeta primero, excelso prosista después. Su versión de los hechos dice que nació en la clandestinidad y «profundamente rojo». Su madre había huido embarazada. «Fuga de amor bajo mandato de captura». Su padre Luis, militante comunista. Ella, Irma Calfucura, enfermera mapuche. La política, el amor, los océanos y la Amazonía fueron la leiras que Sepúlveda cultivó durante setenta años. Antes de la pubertad decidió ser escritor, inspirado por una profesora. A los quince años se afilió a las Juventudes Comunistas. Pero lo echaron y se integró en el Ejército de Liberación Nacional, facción del Partido Socialista. Se licenció en Teatro. A los 17 publicó Crepusculario de la tristeza. Fue redactor de sucesos en Clarín, diario cerrado por Pinochet en 1973. Publicó su primera antología a los 20: Crónicas de Pedro Nadie. Para entonces ya había conocido a Carmen. 

Carmen Yáñez. Santiago, 1952. Tenía 15 años cuando Lucho le ofreció dos botellas de vino a su hermano para que los presentara. No fue amor a primera vista. A los Yáñez Hidalgo, clase media, les costó entender que la niña se enamorara de un indígena. Carmen, Pelusa para Luis, también era poetisa. «Es ella quien escribe bien», solía decir Lucho. Pero Carmen amaba a Bécquer. Y no era socialista, sino maoísta. En un campamento comunista, marzo austral del 68, saltó la chispa. «Esto puede durar un día o muchos años», le dijo Luis. 

Duró una vida que fueron mil. Cuando todo se torció, Lucho y Pelusa, aún tiernos para huir, se embarazaron y se casaron. Ella tenía 19. Él, escolta de Allende, Juan Belmonte en muchos relatos, 22. El pequeño Carlos Lenin tenía meses el 11-S de 1973. Luis fue encarcelado tres años. Condenado a pena de muerte, luego conmutada por exilio. Carmen fue llevada a Villa Grimaldi. El fin de la historia está dedicado a Sonia, la prisionera 824. Que no es otra que su Pelusa, violada y torturada en el mayor campo de exterminio de Pinochet. Huyó porque se inventó un cuento y sus captores se lo creyeron. Tras la infamia, el exilio. Luis: primero Argentina, luego Bolivia, Perú, Ecuador, una hija. Cocinero en un ballenero. Fundador de Greenpeace. Hamburgo, licenciatura en periodismo. Una esposa alemana, tres hijos más. La revolución sandinista. Libros. Cine. Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. El viejo que leía historias de amor... Carmen y Carlos Lenin huyeron a Argentina. «Dejé atrás todos los himnos y me fui descalza por los cauces apátridas». Después Estocolmo, otro marido, otro hijo. 

En 1996 se vieron en París. «Pelusa, mañana mismo nos vamos a España». «Decidí dejar París para vivir en el único lugar del mundo donde me sentí seguro: en Asturias». Se volvieron a casar el 2004 en Gijón, donde Luis fundó el Salón del Libro Iberoamericano. El 29 de febrero del año pasado fue el primer paciente asturiano con covid, tras volver de las Correntes d'Escritas de Póvoa de Varzim. Murió el 16 de abril. 

Pelusa está acabando Mi vida con Lucho. De repente echas cuentas y reparas en que nunca podrás volver a leerlo por primera vez. Pero aún podemos alzar la copa por Luis Sepúlveda. Por todas las víctimas de este bicho infame. Y por los que seguimos leyendo novelas de amor. 

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Luis Sepúlveda: un año de la muerte del escritor chileno