Mónica García, nueva ministra de Sanidad, la anestesista azote de Isabel Ayuso que desafió a Pablo Iglesias

ESPAÑA

Mónica García, de Más Madrid, ministra de Sanidad por Sumar
Mónica García, de Más Madrid, ministra de Sanidad por Sumar Daniel González | EFE

Se forjó en las protestas sanitarias de las mareas blancas, entró en el juego político con Podemos, plantó cara al líder del partido morado y se convirtió con Más Madrid en la líder de la oposición en la comunidad madrileña

20 nov 2023 . Actualizado a las 19:14 h.

Hubo un momento, reciente, pero que la centrifugadora de los tiempos parece haber convertido en prehistoria política, en el que Pablo Iglesias dejó la Vicepresidencia del Gobierno de España para desafiar a Isabel Ayuso en la Comunidad de Madrid. El líder de Podemos le propuso entonces a Más Madrid una candidatura conjunta. La idea era que Íñigo Errejón sacrificara a su candidata para colocar a Iglesias como número uno indiscutible del frente de izquierdas. Pero Mónica García Gómez (Madrid, 1974), la nueva ministra de Sanidad, que releva al gallego José Miñones, en lugar de dar un paso atrás, dio un puñetazo. «Las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos digan que nos apartemos. No más testosterona», respondió. Mónica García fue convirtiéndose el nombre propio de la alternativa de izquierda frente a Ayuso en la comunidad madrileña. Ahora pasa de la oposición autonómica al Gobierno central, de ser una de las voces más altas de las mareas blancas de la sanidad a gestionar el Ministerio de Sanidad.

Hija de dos psiquiatras, con un padre que fue diputado comunista, García estudió en un colegio de El Viso, uno de los barrios más exclusivos de Madrid, un hecho que ha propiciado la chanza de los conservadores para etiquetarla como una progre de salón. Fue una adolescente aficionada al deporte que se inició en distintas disciplinas de atletismo y en el esquí. Estudió Medicina en la Universidad Complutense y se especializó en Anestesiología y Reanimación. 

Se unió a las protestas de las mareas blancas en la pasada década como representante de una asociación médica de Madrid, la de facultativos especialistas. Protagonizó encierros y protestas. Se convirtió en una voz destacada contra las políticas sanitarias del popular Javier Fernández-Lasquetty. Concluyó que debía saltar de la trinchera al campo abierto de la política para decidir sobre recursos sanitarios. En el 2015 se presentó en la lista de Podemos para la Asamblea de Madrid en ese mismo año. Fue la diputada 26 de los 27 que conquistó el partido morado. En el 2017 asumió la portavocía de la Comisión de Sanidad. Afín a Errejón, en el 2019 se integró en Más Madrid. Y llegó la pandemia para situarla en el centro del escenario frente a Ayuso, fiscalizando su gestión con vehemencia, con el Hospital Zendal como una de sus armas arrojadizas. Los rifirrafes entre las dos pasaron a ser un clásico de la Asamblea. Su gesto simulando disparar con una pistola a un consejero del PP durante una sesión parlamentaria fue uno de sus momentos más tensos y polémicos, junto con su marcha atrás en el cobro del bono social térmico después de cargar contra la medida por no ser progresiva y de pedir la dimisión del vicepresidente madrileño, Enrique Ossorio, por beneficiarse de la ayuda pese a su patrimonio.

Sus adversarios la acusan de parapetarse en su condición de médica en su discurso. Pero de la crisis sanitaria salió lanzada como candidata de su partido en las autonómicas del 2021, aquellas en las que se negó a ir de comparsa de Iglesias. Y, unos meses después de lograr ser la segunda fuerza tras el PP, solicitó una excedencia en el Hospital 12 de Octubre para dedicarse de forma exclusiva a la política y repitió en los comicios del 2023, los de la mayoría absoluta de Ayuso. Con ese nuevo mapa político de Madrid, continuó siendo la Némesis de la presidenta, sobre todo en materia sanitaria.

Le gusta el cine y cuentan que se declara amanecista, fan del largometraje Amanece que no es poco, esa locura genial de José Luis Cuerda en la que en las elecciones eran un poco distintas, con los vecinos presentándose para ocupar puestos como el de adúltera y tonto del pueblo. También ha confesado su pasión por la fotografía. Tiene tres hijos pequeños  (se presentaba en campaña como «médica y madre») y mantiene su vida privada lejos de los focos. Dicen que le gusta viajar en caravana por lugares como Galicia. Pero también se declara enamorada de su Madrid. Cree, como rezaba la pancarta gigante colgada en la capital en la última campaña electoral de su comunidad, que «Madrid es la hostia». Eso sí, añade que en los últimos tiempos se ha convertido en «un laboratorio de la ultraderecha».

Ahora asume las riendas de un ministerio que tradicionalmente ha sido considerado una maría, ya que son las comunidades las que tienen las competencias sanitarias, pero llega con esa vieja promesa de rebajar las listas de espera, que ha renovado Sumar en su pacto con el PSOE. Será la responsable de una cartera a menudo usada como trofeo para contentar a distintas facciones de un Gobierno y hacer repartos por cuotas (en este caso, conceder un sillón a los de Yolanda Díaz, concretamente a los errejonistas), pero sin ceder excesivo poder. O eso parecía cuando Pedro Sánchez situó en Sanidad a un filósofo del PSC. Un tal Salvador Illa.