Tomás Caballero: «No necesito hablar con el etarra que mató a mi padre, tiene bastante con recordarlo»

A. González Egaña PAMPLONA/COLPISA

ESPAÑA

Placa en honor de Tomás Caballero en Pamplona.
Placa en honor de Tomás Caballero en Pamplona. AYUNTAMIENTO DE PAMPLONA | EUROPAPRESS

Hijo del concejal de UPN asesinado hace 25 años y presidente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, lamenta que un cuarto de siglo después no sea unánime que la violencia «jamás fue el camino»

30 abr 2023 . Actualizado a las 19:14 h.

Tomás Caballero regresa al número 38 de la calle Mutilva, en Pamplona, el lugar donde ETA asesinó a su padre, del que heredó su nombre, el 6 de mayo de hace 25 años. El hoy presidente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo reflexiona sobre el tiempo vivido desde el atentado y lamenta que aún hoy «no se detecta un sentimiento unánime por una parte de la sociedad de que matar jamás fue el camino».

El etarra Patxi Ruiz mató al concejal de UPN de dos tiros en la cabeza cuando se disponía a ir al Ayuntamiento. Casado con Pilar y padre de cinco hijos, tenía 63 años y una larga trayectoria sindical y política.

—¿Cómo se enteró del crimen?

—Yo lo que viví fue la llamada de mi hermano pequeño. Me dijo: «Papá ha tenido un atentado y vamos detrás de la ambulancia». Salí corriendo y, nada más llegar al hospital y ver las caras de drama, supe que estaba muerto...

—Sería un desgarro tremendo.

—Entras en eso que se define como shock. Nos dejaron pasar a verlo y ese momento de despedida fue horroroso. Eso que tantas personas han vivido... A partir de ahí estás como en una nube. Estuvimos muy arropados por toda la sociedad navarra y el entorno. En casa de mi madre, en ese estrés inicial, era un amigo abertzale de mi padre el que atendía el teléfono.

—¿Le costó tiempo recuperarse?

—Cuesta mucho. No sabes si se sale de una cosa de esas. Hoy sí lo sé. Recuerdo asomarme al balcón del Ayuntamiento, donde instalaron la capilla ardiente, y ver las colas de gente que quería saludarnos. Nosotros necesitábamos saber que la sociedad estaba sana y recuerdo eso con gran alivio. En nuestro caso, el carácter de mi madre ha sido fundamental para que pudiéramos salir adelante. ¡Lo que ha sido mi madre, su talante, su carácter! Fue fundamental esos días inmediatos en los que cada uno afronta de manera diferente cómo ir respirando y cogiendo aire.

—¿Pensaron en marcharse?

—No, no nos hemos querido ir nunca de Pamplona. -Por su trabajo en Iberdrola ha recorrido infinidad de pueblos del País Vasco y de Navarra. ¿Le reconocían? ¿Hablaba con la gente de la izquierda abertzale? -Nunca he generado debates porque no hay debate sobre esto. Me parece absurdo. No tenemos nada que hablar. La vida está por encima de cualquier cosa. En eso he sido radical.

—¿Ha recibido algún insulto en la calle o una mala mirada?

—No. Nadie ha venido a decirme nada. Pero siempre me ha llamado mucho la atención el ensañamiento de los que, después de matar por aquello de que había que socializar el terror, encima te mandaban una bala o pedían langostinos y champán en la cárcel como hizo De Juana Chaos el día que mataron a mi padre... A mí todo eso, sin embargo, me hace cero daño.

—¿Le molestó el apoyo que recibió Patxi Ruiz, el asesino de su padre, cuando emprendió una huelga de hambre en la cárcel?

—Siempre me ha dolido mucho más la ambigüedad de todos los responsables que no se consideran responsables, los que se sienten ajenos porque no disparan. O incluso la ambigüedad del PNV.

—¿Le sigue doliendo?

—Me dolía. Yo soy positivo, hay que ir hacia la convivencia, pero las responsabilidades se las imputo a esa parte de la sociedad no clara en defender la vida. Tuvieron responsabilidad por no ser absolutamente firmes y rotundos. 

—Los autores del atentado pertenecían al complejo Nafarroa. ¿Qué sabe de ellos?

—Formaban parte de una estructura, como una gran empresa terrorista en la que no solo estaban los pistoleros; también estaba la línea financiera, la comunicativa... Pero para mí el verdadero problema que queda aún hoy, cuando estamos recordando los 25 años del asesinato de mi padre, es el problema social. No se detecta un sentimiento unánime de la sociedad de que matar jamás fue el camino.

—¿Le gustaría decirle algo al asesino, mantener un encuentro?

—Yo no tengo ningún interés, todos tenemos conciencia, todos sabemos lo que hemos hecho y, en el fondo, creo que ya tiene bastante con que recuerde el sonido de la pistola mientras le disparaba a la cabeza. Soy una persona que respeta el Estado de derecho y acato lo que decidan los órganos correspondientes, pero dedicarle tiempo a los miembros de ETA, sinceramente, no me apetece. Cuando salga saldrá, pero cada uno por su camino. No tengo nada que hablarle. Tiene que ser muy triste saber que has ejecutado a una persona vilmente.

—Su padre no se callaba. Tras el asesinato de José Ignacio Iruretagoiena, les dijo a los ediles de HB: «Solo les pedimos que pidan que no maten...». Por esa frase y otras, HB se querelló.

—Así fue. El atentado contra Iruretagoiena fue en enero, la querella vendrá en febrero, el archivo en marzo y lo matan en mayo... Aquel día tampoco debió de notar nada raro. Y eso que aquella mañana podía estar más en preaviso después de la conversación telefónica que tuvo con un compañero de corporación que le contó que en el periódico informaban de los papeles incautados a seis etarras detenidos, con nombres de posibles objetivos de UPN y del PSN. Creo que mi padre iba por la vida con absoluto convencimiento de que actuaba en conciencia y libre.