La casa de los horrores de Colmenar: maltratador de sus 8 hijos y médico pluriempleado

Antonio Paniagua MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Aspecto de la entrada de la vivienda de Colmenar Viejo, Madrid, en la que residía la familia
Aspecto de la entrada de la vivienda de Colmenar Viejo, Madrid, en la que residía la familia VICTOR LERENA | EFE

El padre de los menores sometidos a un régimen casi carcelario trabaja en el Hospital Gregorio Marañón y en dos clínicas privadas

12 abr 2023 . Actualizado a las 18:10 h.

El colegio e instituto donde cursaban sus estudios los ocho niños de Colmenar Viejo (Madrid) maltratados por sus padres fueron los que avisaron a las fuerzas de seguridad de la conveniencia de actuar para proteger la salud e integridad de los menores. Según fuentes de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, el colegio Ángel León y el instituto Marqués de Santillana, ambos de titularidad pública, alertaron a las autoridades y ofrecieron indicios de los malos tratos infligidos a los escolares. La Consejería de Sanidad ha abierto, por su parte, un expediente al padre, Domingo S., de 45 años, que trabaja en el Hospital Gregorio Marañón. Esta medida no tiene que ver con el caso en sí, sino con el supuesto hurto de material médico, a la vista de que en el registro de su vivienda se encontraron batas y trajes de quirófano, guantes, mascarillas, gasas y medicamentos, cuya posesión lícita no pudo acreditar el acusado. El centro sanitario madrileño mantiene que colaborará activamente ante cualquier requerimiento judicial pero al tratarse de un proceso que «está judicializado, y mientras el juez no determine en sentido contrario, seguirá realizando sus funciones habituales salvo que, por parte del juez, se nos indique otra cosa», ha dicho este martes el consejero de Sanidad tras ser preguntado al respecto.

Al día siguiente de la detención del matrimonio, uno de los vecinos de la zona de chalés adosados donde vivía el presunto maltratador decía que el acusado era un hombre poco comunicativo. «Una vez me dijo que trabajaba mucho para mantener a su prole». Y es cierto. Además de las horas que echaba en el Gregorio Marañón, el facultativo, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y con un máster en Urgencias, Emergencia y Catástrofes, prestaba sus servicios en al menos dos clínicas privadas. Además, había montado una sociedad, Domer Medical, cuya actividad ya había cesado.

El hombre sigue acudiendo al hospital, dado que fue puesto en libertad bajo medidas cautelares. Eso sí, sobre él pesa una orden de alejamiento de su mujer, Mercedes P., y de sus hijos por malos tratos. La mujer, sobre la que presuntamente ejerció violencia de género, figuraba como gestora de la empresa ya extinta, que ofrecía servicios de cirugía menor.

 «Yo no vi nada raro, salvo que había muchos niños. Luego, después de que se supiera lo ocurrido, me contaron lo de las broncas nocturnas y que los más pequeños asomaban medio cuerpo por la ventana», dice Patricia, residente en el lugar. No era la primera vez que el número 48 de la calle Clara Campoamor era visitado por las fuerzas del orden. Ya existía una denuncia previa, pero la Guardia Civil no encontró evidencias. Esta vez, el entorno de una de las hijas de 14 años insistió en el trato degradante que sufría la menor. En esta ocasión, la investigación avanzó en pocos días y la titular del juzgado de instrucción número 1 del municipio autorizó el registro de la vivienda.

Castigos en el semisótano

Lo que vieron los agentes los dejó boquiabiertos: inmundicia, caos y objetos quemados. Remisos a hablar al principio, al final los chavales, de edades entre 4 y 14 años, han tomado confianza y contado el horror de que eran víctimas. Los críos eran encerrados a menudo en un semisótano cuando el padre perdía los estribos y recibían castigos corporales y violencia psíquica. Según los fuentes de la investigación, pasaban muchas horas solos y los hermanos mayores cuidaban de los menores. Además de los ocho niños, hay otra hija mayor de edad que vive fuera de la vivienda familiar.

El progenitor mantenía un férreo dominio sobre sus descendientes, sometidos a un régimen casi carcelario. Tenían prohibido pisar el salón y se juntaban todo en una habitación, donde permanecían hacinados y en un ambiente insalubre. Los guardias civiles encontraron trastos por doquier y mucha porquería, sobre todo en la cocina y uno de los baños, que no se usaba. Este aspecto desaseado contrastaba con la pulcritud del despacho del padre, que resaltaba por limpieza y el orden.

El pasado verano hubo un pequeño revuelo cuando los críos prendieron fuego a una valla. «Estaba tan tranquila en casa el pasado verano y oí armar mucho escándalo. Había fuego. Mi hijo y otro hombre lograron apagarlo enchufando un par de mangueras», dice una vecina. Otro vecino contó que incluso una niña intentó arrojarse al vacío al no soportar el encierro. «Los menores, cuando fueron interrogados, no hablaron», apunta una fuente de la investigación, que sostiene que estaban aleccionados para guardar silencio. Pese a que los chicos dormían en una sola habitación, el chalé es espacioso: dispone de unos 250 metros cuadrados, tres plantas, otros tantos baños, garaje, trastero, y un jardín comunitario. Ya pegara el sol o lloviera, los menores pasaban «horas y horas» en el patio. Las persianas estaban bajadas todo el día y se oía mucho ruido por la noche. 

A los padres se les ha retirado la patria potestad sobre sus hijos, que se hallan ahora mismo en un centro de acogida de la Comunidad de Madrid.