Sánchez aspira a hacer de la Internacional Socialista una palanca para influir en la ONU

Paula de las Heras MADRID / COLPISA

ESPAÑA

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en rueda de prensa en Bruselas tras asistir a la reunión del Consejo Europeo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en rueda de prensa en Bruselas tras asistir a la reunión del Consejo Europeo. YVES HERMAN | REUTERS

La organización que va a liderar, con 130 partidos de todo el mundo, no cuenta hoy con el favor de la socialdemocracia europea y está devaluada

21 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los veteranos del PSOE miran con sorna el boato que Ferraz ha querido dar al XXVI congreso de la Internacional Socialista que tendrá lugar en Madrid entre este viernes y el domingo. La cita servirá para que Pedro Sánchez sea proclamado presidente de la organización en sustitución del griego Yorgos Papandreu, que lleva en el cargo desde 2006, y la dirección socialista está dispuesta a hacer de ello un gran acontecimiento. «Tenemos muchas expectativas puestas en este congreso -proclamaba hace unos días la responsable del área internacional del partido, Hana Jalloul-, del que estoy convencida que saldremos fortalecidos para seguir avanzando hacia la construcción de sociedades más equitativas, más solidarias y más sostenibles». Pero entre quienes hace ya tiempo que peinan canas, el mensaje causa cierto escepticismo.

«El nombramiento servirá a Sánchez para que se hable de ello en las tertulias un par de días, pero en la vida real presidir esa organización no vale de mucho», dice un exparlamentario con amplio bagaje nacional y europeo. Semejante descreimiento se fundamenta en el evidente declive que ha sufrido en las últimas decadas esa alianza histórica de partidos que tuvo su época dorada entre los años sesenta y noventa, pero que luego, salpicada por las sospechas de corrupción de sus cuadros dirigentes y desvirtuada por la incorporación de partidos de corte autoritario y antidemocrático, fue cayendo en la irrelevancia.

La puntilla le llegó cuando en el 2011 el entonces líder del SPD, Sigmar Gabriel, escribió un durísimo artículo en el diario de izquierdaliberal Frankfurter Rundschau para denunciar que la Internacional Socialista había dejado de ser «la voz de la libertad». Gabriel reclamó que se dejara de dar cabida en ella a quienes no eran más que déspotas y tildó de vergonzoso que partidos como el de Hosni Mubarak en Egipto o la Agrupación Constitucional Democrática de Ben Alí en Túnez no hubieran sido expulsados por una cuestión de principios y sólo se les hubiera cerrado la puerta tras haber sido desalojados del poder durante las primaveras árabes.

Las críticas de Gabriel, sucesor del adorado Willy Brandt, presidente de la IS entre 1976 y 1992, encontraron eco en otros miembros relevantes de la organización como el Partido Socialista francés. Pero no solo apuntaban a cuestiones éticas. El dirigente alemán también se refirió a la incapacidad de la Internacional Socialista para articular una respuesta coordinada a la grave crisis global. Poco después, el SPD inició un goteo de descuelgues al dejar pagar sus cuotas y convocó el primer encuentro internacional de la Alianza Progresista, la organización que hoy acoge a las principales fuerzas socialdemócratas del mundo, incluidas el PSOE, los laboristas británicos, los demócratas estadounidenses y otros muchos partidos que, aunque no se han dado de baja de la IS por puro «sentimentalismo», apunta una exdirigente del partido de Sánchez, apenas participan en sus encuentros.

«Voluntad de hierro»

En Moncloa y en Ferraz aseguran que eso es precisamente lo que el jefe del Ejecutivo está decidido a modificar, que su objetivo es «relanzar» y regenerar la moribunda organización, «volver a ponerla en su sitio» y devolverle el prestigio perdido. «A Pedro le da pena cómo está eso -dicen en su entorno-. Es verdad que quizá no sea fácil cambiarlo, pero si alguien puede hacerlo es él; ya ha demostrado que cuando quiere algo lo pelea con voluntad de hierro».

El asunto venía rondando la cabeza del líder de los socialistas españoles, según cuentan sus colaboradores, desde hace al menos un par de años. Y cuando, en fechas más recientes, se lo planteó a su núcleo duro, este le animó a ir a por ello con el argumento de que «no hay nada que perder y quizá sí algo que ganar».

A Sánchez le gusta el escenario internacional, se siente cómodo en él y en el PSOE creen que electoralmente está siendo capaz de rentabilizar la naturalidad con la que se mueve en él; especialmente, en el marco europeo. «La gente ahora tiene muy claro que en Bruselas se deciden cosas que afectan a su día a día y es indudable que está consiguiendo cosas», alegan en Moncloa en referencia a cuestiones como el tope del precio del gas.

La ambición de Sánchez pasa, entre otras cosas, por conseguir que los partidos socialdemócratas europeos vuelvan a sentir que la IS es algo suyo, en lo que se ven representados, lo que requeriría el regreso del SPD. Pero, más allá de ese objetivo concreto, los socialistas apuntan a otro, el que probablemente más motiva a Sánchez. «Estar al frente de una organización que acoge partidos de todo el mundo (delegados de 132 formaciones de los cinco continentes participan en el evento que tendrá lugar entre la sede del PSOE y el Ifema) implica -alegan- una potencial capacidad de influencia en la ONU». Hoy por hoy no es así, pero el jefe del Ejecutivo es amigo de apuntar alto.