El cainismo político español

Francisco Espiñeira Fandiño
Francisco Espiñeira SIN COBERTURA

ESPAÑA

Santiago Abascal (i) y Javier Ortega Smith (d) en el Congreso.
Santiago Abascal (i) y Javier Ortega Smith (d) en el Congreso. Eduardo Parra | EUROPAPRESS

A Abascal no le ha quedado más remedio que operar como todos los demás y cortar por lo sano

08 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Ningún partido está exento de purgas. La adhesión inquebrantable al líder se ha convertido en una máxima incontestable y aquí sí da igual que seas de derechas o izquierdas. La nueva vieja política lo que ha hecho es acelerar los plazos y en un lustro hemos visto a todos los que venían a redimirnos de nuestros errores como pobres votantes pasar por la piedra del verdugo a sus principales amigos y aliados.

Brutal fue la escabechina de Podemos con sus sucesivos Vistalegres, curioso nombre. Errejón pasó de comer pan con azúcar junto a Pablo Iglesias a ser desterrado del núcleo dorado y marcharse a fundar un partido donde ya anda discutiendo con una de sus más cercanas, Mónica García, la médica y madre que complica la vida a Isabel Díaz Ayuso.

En Ciudadanos, Albert Rivera instauró un sistema de gestoras que aplicaba a cualquier discordante e Inés Arrimadas, sin siquiera el respaldo de las urnas, ha ido echando a todos los que han osado pedirle un cambio de rumbo o renovación interna.

Hace poco más de un año, Pedro Sánchez no dudó en bajar de la poltrona del poder a su gurú, Iván Redondo, y a dos de sus principales valedores en el PSOE, Carmen Calvo y José Luis Ábalos. Eso fue tras la debacle electoral en Madrid. Tras la de Andalucía, hace apenas cien días, enfiló la puerta de salida Adriana Lastra, alegando un embarazo problemático. Y qué contar que no se sepa aún del PP y Pablo Casado.

Algo más ha tardado Vox en mostrar fisuras en el monolítico liderazgo de Santiago Abascal. Cierto es que las encuestas sonreían al partido y que la sensación de tener el poder cerca tapaba el enfrentamiento entre la corriente más ultracatólica —Jorge Buxadé y Javier Ortega Smith— frente a la más liberal y ortodoxa —Iván Espinosa de los Monteros y su mujer, Rocío Monasterio—. Hasta que llegó Andalucía y Macarena Olona destapó esa guerra interna. A ella la desterraron más allá de Despeñaperros porque quería más protagonismo, pero decidió tirar de la manta y denunciar los sucios tejemanejes de la organización.

A Abascal no le ha quedado más remedio que operar como todos los demás y cortar por lo sano, léase por Ortega Smith y su manu militari. Falta por ver si eso cauterizará las heridas internas o si es el principio de algo más grave. Pero el cainismo político se ha instalado también en Vox.