La sintonía entre Feijoo y Moreno viene de lejos. Tienen un estilo parecido, marcado por la moderación, la prudencia, la distancia con la furia de la política nacional, y por un deseo de alejarse de las directrices de la dirección nacional y hasta de las siglas cuando están en campaña.
Moreno se fija en Feijoo para tratar de alcanzar su máxima aspiración, que no es borrar a Vox, como ha hecho el gallego, pero sí no depender de los de Abascal. Y si Rajoy se llevó el congreso a la Valencia de Camps, Feijoo lo llevará a la Andalucía de Moreno, que tendrá un poder determinante en el nuevo organigrama que el presidente gallego ya diseña para apuntalar su mandato.
El reto de que Madrid deje de ser un eterno problema para la dirección nacional
Madrid es históricamente un quebradero de cabeza para cualquier presidente del PP. Los problemas entre la dirección territorial y la cúpula del partido no han nacido con Isabel Díaz Ayuso. Esperanza Aguirre ya desafió desde Madrid a Rajoy, con el agravante de su batalla interna con Alberto Ruiz Gallardón. Antes de impulsar el relevo de Pablo Casado, Feijoo se aseguró de que Díaz Ayuso no iba a aspirar a liderar el partido y de contar con su apoyo si finalmente da el paso. La relación con Ayuso es buena, pero sus formas de hacer política y sus relaciones con Vox son antagónicas, por lo que la convivencia con la dirigente madrileña, que tendría el visto bueno del gallego para aspirar a la presidencia regional del partido, es una de las mayores incógnitas. Pero Feijoo, pragmático al fin, cree que no hay problemas de fondo, e incluso que es bueno que el PP tenga varios referentes, siempre que su liderazgo no se discuta. Ni siquiera sería descartable que rescatara del ostracismo a Cayetana Álvarez de Toledo, que fue tran crítica con él, en aras de la integración.
La candidatura de un oponente crítico complicaría la recuperación la unidad interna
Las declaraciones de Teodoro García Egea, en las que dijo ver un 70 % de posibilidades de que haya más de un candidato en el congreso, sembraron la alarma entre los impulsores del relevo. Aunque nadie ve posibilidades de que el dimitido secretario general arme una candidatura de peso, un oponente simbólico jugaría en contra de la recuperación de la unidad que buscan los barones. Tener un oponente crítico obligaría a Feijoo a ser mucho más concreto, antes de ser elegido, sobre el modelo de partido que promueve y las alianzas que busca o rechaza. Y también sería posible que algún candidato joven sin puestos de dirección pretenda promocionarse presentándose como garantía de renovación ligando generacionalmente al líder gallego, si este da finalmente el paso de aspirar a la presidencia, con la etapa del partido marcada por los casos de corrupción.