En cualquiera de los casos, los políticos de ERC intentan asomar la cabeza mientras el cuerpo independentista mantiene luchas intestinas. La falta de acuerdo entre ERC y Junts sobre el papel de Carles Puigdemont en el movimiento independentista estuvo a punto de hacer descarrilar la investidura de Aragonès en el 2021, y aún hoy los enfrenta. Aragonès ya avisó que no aceptaría «tutelas» de ningún tipo, pero Puigdemont reclama su cuota de poder.
El expresidente se sumó ayer al cisma que abrió el martes en el Gobierno catalán el secretario general de Junts, Jordi Sànchez, al cuestionar el liderazgo de Aragonès. Puigdemont se resiste a quedar relegado a un rol secundario y no solo se siente aún miembro del Gobierno «legítimo» de Cataluña, sino que reclama un puesto central en el alto mando secesionista. Quiere una dirección bicéfala. Ayer, advirtió a Aragonès de que el liderazgo del independentismo debe ser «conjunto» y recordó que siempre ha sido «coral». El presidente llamó al líder de Junts para reconducir la crisis, pero sin éxito. La estrategia de ERC, que se basa en la mesa de diálogo, para el expresidente está condenada al fracaso. Su hoja de ruta pasa por «no retroceder» y «confrontar» contra España. En esta línea, Puigdemont presentó ayer el «Ministerio libre de Exteriores de Cataluña», con el que pretende preparar el terreno para el «embate» contra el Estado español cuando fracase la mesa de diálogo.