La decisión de desmarcarse de esos homenajes públicos fue finalmente aceptada por la mayoría de los internos, en este momento alrededor de 200. Pero no fue unánime. Una veintena optaron por desmarcarse, entre ellos, antiguos dirigentes como Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, y Mikel Karrera, Ata, y veteranos, como Irantzu Gallastegi, pareja del primero. Se trata de un grupo de etarras que consideran que ya se han hecho los gestos suficientes —incluso demasiados— y que cualquier paso se entiende casi como un desplante a los principios del movimiento. En todo caso, asumen la decisión mayoritaria. A estos habría que sumar otro porcentaje que se abstuvieron y los que apoyan de forma explícita a los disidentes, poco más de media docena y que no preocupan en exceso a la dirección de la izquierda aberzale.
En realidad, la directriz ya había sido trasladada a las bases hacía tiempo. Los recibimientos tendrían que ser discretos o en la puerta de la cárcel. El número de ongi etorris se había reducido de forma significativa. Pero los seguía habiendo. El mejor ejemplo fue el homenaje a Agustín Almaraz en Bilbao en agosto, que ejemplifica las contradicciones de la izquierda aberzale. Sortu lo impulsó a través de las redes sociales y luego emitió un duro comunicado en el que definía como «enemigos de la paz» a quienes lo habían criticado.