La Palma, una marea negra de ceniza y un río de lava que se ha llevado ya 350 casas
ESPAÑA
El paisaje tiznado recuerda el desastre del Prestige, y las explosiones, el bramido del mar en invierno
24 sep 2021 . Actualizado a las 09:34 h.En una bar de Tazacorte, no muy lejos del ya tristemente célebre volcán que hasta hace poco era una ladera tranquila para excursionistas y ahora comenzará a ser recordado como el volcán Cabeza de Vaca, una camarera comenta la situación señalando al humo y dice: «Parece que alguien nos ha mirado mal». Lo cuenta porque justo antes de la pandemia una intensa calima suspendió hasta los carnavales, después llegó el covid, hace pocas semanas un incendio se llevó por delante decenas de hectáreas de monte no lejos de la erupción y en un entorno próximo, y ahora esto. Esto, de momento, son unos 350 inmuebles destruidos, la mayor parte casas. Un muro de lava lento, pero firme, que alcanza ocho metros de alto en algunos puntos, hacia el mar, de momento en Todoque, y más o menos 1.660.000 metros cuadrados arrasados, con centenares de familias evacuadas o trasladadas, muchas que han perdido sus bienes y otras por precaución, dada la proximidad del río de lava.
El entorno de la iglesia de Tajuya, en El Paso, con un veterano párroco que ya conoció la erupción de 1971, a un (efectivamente) paso del límite con Los Llanos, se ha convertido en una especie de zona cero de esta marea negra de ceniza, con medios de la mitad del mundo transmitiendo en directo, porque las llamas y las explosiones son un enorme primer plano a distancia segura.
Costa da Morte
Hay mejores lugares, pero son mucho más peligrosos y los controles policiales para impedir acceder a ellos, incluso a los vecinos, ponen coto a lo que hasta el martes fue una especie de turismo de catástrofes, inevitable como ya se vio por ejemplo con el Prestige. Hay algo que recuerda el desastre de la Costa da Morte, ese negro que todo lo impregna, ceniza pegajosa y resbaladiza en la carretera en vez de chapapote, mantos enormes en pistas y carreteras que animan a algunos a escribir sobre esas capas de centímetros de espesor como en el 2002 se lanzaban mensajes en la arena oscura de las playas. Incluso cuando se producen las fortísimas explosiones retumban a algo parecido a los temporales del mar en invierno.
El desastre, el impacto visual, afecta a una escasa capa de terreno de estos 14 municipios de La Palma, cuyo patrón se celebrará la semana que viene aunque no están las cosas para mucha música, que suman algo más de 700 kilómetros cuadrados, pero en realidad cubre toda la isla, porque el viento es caprichoso y va llevando el humo y el dióxido de azufre a donde quiere. Ayer, en el descenso del avión al aeropuerto, una larguísima capa negra acompañaba el horizonte a media altura.
En ese escenario de la zona cero casi teatral, de pequeño anfiteatro que permite situarse a todo en terrazas como los plátanos que se cultivan por decenas de miles pocos kilómetros más abajo, Pablo Ramos observa con unos prismáticos la ceniza que tiene ya su casa, porque a simple vista no se ve. Él es uno de los desalojados, pero al menos conserva la vivienda: la lava pasó justo por detrás, tras una especie de descenso por donde está el polígono. Si en el arranque llega a coger un desvío de unos 50 metros, ayer estaría contando otra de tantas desgracias y no una descripción somera de los hechos. «Creo que al principio no fuimos conscientes de su peligrosidad, pero eso duró poco. Recuerdo ya el primer día con una lluvia de piedras, y tuvimos que irnos corriendo», señala. Él, como muchos, tiene personas próximas para alojarse, a otros, no pocos, ha habido que buscarles ubicación.