El fracaso de Afganistán obliga al Gobierno a replantear las misiones internacionales

Mateo Balín COLPISA | MADRID

ESPAÑA

La Brilat adiestra al Ejército de Malí en Segonou.
La Brilat adiestra al Ejército de Malí en Segonou. ESTADO MAYOR DE LA DEFENSA

Unos 600 militares españoles adiestran a los ejércitos de Malí e Irak, operaciones similares a la afgana cuyo coste anual ronda los 200 millones

22 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El desmoronamiento del Ejército afgano en solo once días tras dos décadas de adiestramiento y equipación por parte de la OTAN -con la reseñable participación de España desde el 2002- ha puesto en entredicho la efectividad de las misiones que luchan contra el terrorismo. Las operaciones de combate directo han sido sustituidas a lo largo del siglo XXI por tareas de entrenamiento y asesoramiento sobre el terreno de las fuerzas locales. Este planeamiento previene los daños humanos y reduce los costes materiales, pero la derrota afgana deja un mensaje claro: España y sus aliados están obligados a replantear las misiones similares en curso antes de que sea tarde.

Siguiendo el espejo de Afganistán desde el 2001, con las operaciones de pacificación y reconstrucción ISAF y RSM, España despliega en la actualidad efectivos en Irak y Malí con el cometido de fortalecer las fuerzas de seguridad autóctonas. Si en el país asiático el enemigo eran los talibanes y su alianza con Al Qaida, en estos escenarios es el yihadismo y el crimen organizado.

Ya sea bajo el paraguas de la OTAN, de una coalición Internacional o de la Unión Europea, cerca de 600 militares españoles trabajan en la actualidad en ambos territorios en el adiestramiento de sus ejércitos y policías. Una carrera de fondo que en el caso de Malí no ha obtenido resultados tangibles. El avance de las filiales de Al Qaida o del Daesh en la región subsahariana del Sahel sigue firme, con el agravante de que se trata de un espacio estratégico para la seguridad nacional española.

Las consecuencias, por lo tanto, de la derrota en Afganistán requiere reformular el cometido de estas operaciones y examinar los fallos para no repetir los mismos errores. «Una debacle tan rápida del Ejército afgano no estaba prevista ni en el peor escenario. Habrá que revisar en profundidad junto a nuestros aliados qué ha ocurrido. Examinar las herramientas de evaluación de amenazas, los sistemas de alerta temprana, la monitorización de crisis y el análisis de riesgos. Corregir los errores con la vista puesta en otras misiones similares», comenta un alto cargo del Estado Mayor de la Defensa (EMAD), aún en estado de shock por la actitud de «brazos caídos» de los militares que formaron durante años en la provincia de Badghis (la factura de la intervención española en Afganistán ascendió a más de 3.500 millones desde el 2002).

«Es el momento de repensar el modelo de influencia occidental porque en Afganistán lo que ha fallado han sido los términos de la misión», resumían el miércoles los ponentes de un seminario organizado por el Instituto de Seguridad y Cultural. «No se puede reconstruir un país desde fuera y con las armas», remachó Javier Solana, ex secretario general de la OTAN (1995-1999), en una entrevista concedida el viernes.

De los más de 2.460 efectivos que participaron en 15 misiones en cuatro continentes en el 2020, según datos del Ministerio de Defensa, dos contingentes se dedicaron casi en exclusiva al adiestramiento de tropas.

Desgaste en el Sahel

La Unión Europea patrocina desde el 2013 EUTM-Malí, que dirige desde enero el general español Fernando Gracia. Nuestro país contribuye con 400 militares al entrenamiento de parte de los soldados malienses que combaten a los yihadistas en el desértico territorio del norte.

Pese al repliegue ocasionado por la pandemia, el objetivo es reforzar este dispositivo hasta los 550 efectivos y desplegar fuerza aérea. No obstante, la nueva dimensión de la misión, que prevé dinamizar el adiestramiento con equipos móviles de formadores, se acordó antes de que Francia anunciara en junio el cierre de la operación de combate Barkhane en el Sahel. «Hay un fenómeno de desgaste y un sentimiento generalizado de que perdemos el hilo del motivo por el que estamos ahí», justificó Macron.

París quiere centrarse ahora en una nueva labor antiterrorista que pretende involucrar a los aliados europeos, entre ellos España, que gasta en Malí entre 80 y 90 millones al año. No obstante, la experiencia de EUTM-Malí se prevé extender este año a la República Centroafricana.

En Irak, las Fuerzas Armadas aportan en la actualidad cerca de 200 efectivos a la Coalición Internacional y a la misión de la OTAN. El despliegue ha cumplido siete años y en el verano pasado se transfirió la base de Besmayah a los iraquíes tras alcanzar unos «niveles óptimos de adiestramiento», según el EMAD. Doce contingentes han formado a unos 50.000 iraquíes, el 22 % del total. El coste medio anual de esta operación es de 115 millones y, a diferencia de Malí, se ha logrado contener el avance del Daesh hasta arrinconarlo al norte del país.