La «profunda» renovación del Gobierno no evita el desgaste de Sánchez

M. E. Alonso MADRID | COLPISA

ESPAÑA

ENRIQUE CALVO | REUTERS

Los frentes abiertos con Podemos y las vacaciones diluyen el efecto del cambio

15 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Un «auténtico terremoto», alertaron en la Moncloa, cuando Pedro Sánchez decidió aprovechar un plácido sábado de julio para acometer una «profunda» renovación del Gobierno. Mucho más profunda de lo que la mayoría había supuesto tras los contactos y las conversaciones que el presidente había mantenido con su círculo en las semanas anteriores y que terminó con la salida de siete de los 17 ministros del PSOE, además de su jefe de gabinete, el todopoderoso Iván Redondo. La previsión inicial era abordar estos relevos después del verano, pero finalmente Sánchez optó por precipitar el calendario para dar tiempo a los ministros entrantes a adaptarse antes de que comenzara el curso político.

Un mes después, el efecto revulsivo se ha diluido. El Ejecutivo no termina de despegar y encadena un incendio tras otro, sin mostrar ningún signo de recuperación en las encuestas y entre las críticas furibundas de la oposición que creen que el movimiento «no ha servido para nada». Y si no fuera suficiente, con Unidas Podemos yendo a su aire.

Si Sánchez perseguía limar las diferencias con su socio de coalición, está claro que no lo ha logrado. Los desacuerdos en la ley de vivienda, la reforma fiscal o el choque por los «escándalos» de Juan Carlos I demuestran que la brecha sigue lejos de corregirse.

Los morados han decidido aprovechar la subida de la luz para marcar perfil propio y hacer oposición al Gobierno, como si no estuvieran sentados en el Consejo de Ministros. Podemos anunció protestas, y desde el ala socialista se evidenció un claro malestar, recordando que tratan de soplar y sorber al mismo tiempo.

Cuitas internas

La subida de la luz no ha podido contener la pelea en público de los socios. Tampoco se logró en el anterior desencuentro, motivado hace apenas dos semanas por la ampliación del aeropuerto de El Prat. Podemos intentó torpedear el anuncio y avisó de que si el Ejecutivo no daba un paso atrás en su intención de ampliar el aeródromo, se manifestarían en Barcelona en septiembre. Pero lo hizo a través de su marca en Cataluña y sin que la sangre llegara al río.

Al margen de las habituales cuitas con los morados, la parte socialista del Gobierno también ha tenido problemas para bailar al mismo son. Cuarenta y ocho horas después de que la titular de Política Territorial, Isabel Rodríguez, anunciara la creación de un grupo de trabajo con la Generalitat para estudiar el traspaso del MIR a Cataluña, la ministra de Sanidad corregía a su compañera y rechazaba que el Ejecutivo fuese a transferir competencias sobre esta materia. «No está en la agenda del Gobierno», zanjó Carolina Darias. Tres días después era la titular de Hacienda la que desautorizaba al de Seguridad Social. María Jesús Montero negaba que también estuviera en la agenda algún tipo de impuesto especial para Madrid, como había dejado entrever Escrivá.

En este tiempo, Sánchez no solo ha visto como sus ministros se enmendaban unos a otros. También cómo el Constitucional corregía al Gobierno y declaraba ilegal el decreto del primer estado de alarma. Un duro revés que ha cogido ya a Carmen Calvo, ideóloga de la medida, fuera del Ejecutivo, pero que afecta de lleno al nuevo gabinete. El actual ministro de Presidencia, Félix Bolaños, que en marzo del 2020 era secretario general de Presidencia, se encargó de apuntalar el decreto, de defender su idoneidad de puertas para adentro y de explicarlo a los medios.

Pero no todo han sido malas noticias. El tiento de José Manuel Albares con Marruecos vislumbra el final de la crisis diplomática. Desde su llegada a Exteriores, los gestos amistosos de Rabat se han multiplicado, pese a que la guerra que seguirá abierta hasta que se restablezcan los canales ministeriales y hasta que la embajadora alauí en Madrid, Karima Benyaich, regrese a su puesto.