El antes y el después de Iglesias

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

ESPAÑA

Pablo Iglesias revisa sus papeles antes del debate
Pablo Iglesias revisa sus papeles antes del debate J. Hellín. POOL

06 may 2021 . Actualizado a las 09:11 h.

Como para hablar de política en este país conviene ser malpensado, lo voy a ser: vaya usted a saber si la fuga de Pablo Iglesias Turrión estaba planificada. Tendremos las claves dentro de algún tiempo, cuando se confirme o se desmienta su entrada como socio en un gran negocio audiovisual, que es su auténtica vocación, una vez fracasado en su propósito de someter a los poderosos y rescatar a los pobres. Si se confirma, sería porque al señor Iglesias no le parecía estético pasar de la cúspide de un gobierno a la empresa privada, necesita una disculpa de mejor factura y la encontró en los resultados de las elecciones de Madrid. O a lo mejor, vaya usted a saber también, le pareció una insufrible humillación que un partido surgido de las peleas de Podemos se le haya impuesto como gran referente de la izquierda. El orgullo cuenta mucho en las decisiones personales. En las políticas, mucho más. Sin entrar en esas especulaciones, el hecho cierto es que Iglesias Turrión pasa a engrosar la lista de «ex» de la política. Designa por segunda vez a Yolanda Díaz sucesora suya como candidata a la presidencia del gobierno y es seguro también que lo veremos en el periodismo que él gusta de llamar crítico y no en las instituciones. Que sea un alivio para la corona de España dependerá de la cancha que le den en los medios y de que esté dispuesto a renunciar a la indemnización que le corresponde por haber sido ministro.

Su talla política no se le discute. Su paso por el partido resultó influyente, porque cambió parte del lenguaje, condicionó decisiones de gobierno incluso antes de formar parte del Ejecutivo y le corresponden los méritos de hacer posible un gabinete de coalición y de izquierdas. Sus resultados, en cambio, han sido nocivos para el país. Hay un antes y un después de la aparición de Pablo Iglesias en el escenario. En el antes es cierto que había una parte de la sociedad indignada y su inteligencia ha sido haber sabido ponerse al frente, pero España estaba tranquila y no había sensación de crisis institucional. En el después, todo cambió.

Lo peor que hizo Iglesias ha sido intentar desprestigiar el abrazo de las dos Españas con su dialéctica de furia contra la transición que lo hizo posible; con su carga persistente de dinamita contra el «régimen del 78», el período más largo de democracia y prosperidad de la historia de España; con una aceptación de la Constitución limitada a los aspectos sociales y una actitud subversiva ante los demás; con el respaldo que dio a los partidos que propugnan la autodeterminación de las regiones; con su contribución al deterioro de algunas instituciones, o con la aportación de un lenguaje que tantas veces hemos tenido que calificar como guerracivilista. Será un héroe, probablemente, para quienes comulgan con esas ideas y proyectos. Resultó un personaje dañino para todos los demás.