«Madrid, el alboroto diario»

Jesús Flores Lojo
Jesus Flores REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

Madrid, marzo de 1931. La caballería, frente a una manifestación de obreros y estudiantes
Madrid, marzo de 1931. La caballería, frente a una manifestación de obreros y estudiantes

[...] Han puesto todo su empeño en mantener un estado de revuelta que embrolla la vida ciudadana y mengua la serenidad de juicio cuando más necesidad de ella tenemos [...]. Así describía La Voz la crispación que se respiraba en Madrid unos días antes de las elecciones municipales de abril de 1931: una crónica que podría haber sido escrita ayer mismo.

14 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Arturo Pérez-Reverte citaba hace unos días a Tucídides (460-396 a.c.) y su Guerra del Peloponeso I para enfriar el ambiente bélico que se respira actualmente en la Comunidad de Madrid: «Querían que los más viejos recordaran lo que sabían y explicar a los más jóvenes lo que desconocían, pensando que como resultado de tales razones todos ellos se inclinarían más por la paz que por la guerra», escribió el historiador y militar griego. Esta crónica de La Voz de 1931, publicada solo unos días antes de las elecciones municipales que dieron lugar a la Segunda República (hoy se cumplen 90 años de su proclamación) apuntan a que quizás hemos aprendido muy poco en ciertos aspectos desde los dos mil años (y pico) que nos separan de Tucídides.

«Que no se diga que este desorden madrileño a hora fija responde a un estado de opinión», advertía el relato periodístico de aquel jueves 2 de abril, titulado «Madrid, el alboroto diario». «La opinión, roja o blanca, —continuaba la crónica— no se manifiesta en forma tan destemplada e ineficaz. Ese jaleo diario, más que un motín, es la parodia de las revoluciones promovidas por el coro en las operetas, para dar ocasión a la romanza del tenor». (Hoy diríamos «al comunicado en Twitter»).

El periódico aludía a los insultos entre políticos en los mítines y a las algaradas callejeras, «que hacen su aparición en la Puerta del Sol y desde puntos estratégicos, a mansalva, y promueven el vocerío que origina la intervención violenta de la fuerza pública». La Voz recordaba en este artículo la importancia de unas elecciones que «quizás van a decidir un pleito de importancia capital». [De hecho, el resultado de estos comicios provocaría la salida de Alfonso XIII de España], pero advertía del peligro de la subversión. «Menos le conviene a las izquierdas que a las derechas el desorden público, ya que son aquellas las que mayor interés tienen en llegar a las urnas».

«Esos grupos —analizaba la crónica— no se enfrentan por casualidad, alguien les guía, les empuja y sitúa a su conveniencia, de igual modo que emplaza sus peones un hábil jugador de ajedrez». Y recordaba La Voz: «El vecindario de Madrid, en su mayoría inclinado hacia el liberalismo radical, comienza a indignarse contra el proceder de los alborotadores. Porque el grito subversivo, el viva o muera, el silbido y la pedrada, ese chillar y correr a tontas y a locas, mientras los guardias, carne de cañón, atropellan a tranquilos transeúntes, nada resuelven».

El origen de las revueltas

Por ello, el diario se preguntaba: «¿Quiénes son, pues, los que parece que han puesto todo su empeño en mantener un estado de revuelta que embrolla la vida ciudadana y mengua la serenidad de juicio cuando más necesidad de ella tenemos? ¿Quién inventó el fantasma del comunismo y la fábula del oro soviético?» Y concluía: ¿Por qué no suponer que tenga aquella invención el mismo origen que el alboroto con que se pretende mantener desnudo el sable de la policía?». Volvamos al presente: ayer mismo se escuchaba en una tertulia de radio la arenga de a un candidato a la Comunidad de Madrid: «Tenemos que plantar batalla para sacar de en medio a estos indeseables». Noventa años después de aquella crónica de La Voz, quizás tengamos que volver a Tucídides para apaciguar esta nueva guerra del Peloponeso.

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