Íñigo Errejón, el rostro amable de la izquierda rupturista paladea su venganza

ESPAÑA

Íñigo Errejón, en A Coruña, en octubre del 2019
Íñigo Errejón, en A Coruña, en octubre del 2019 EDUARDO PEREZ

Aplastado por el aparato del partido en Vistalegre II y fulminado luego como portavoz parlamentario de Podemos, el líder de Más País aboca a Pablo Iglesias a un salto al vacío al rechazar una candidatura conjunta contra Ayuso para el 4M

05 may 2021 . Actualizado a las 18:29 h.

Posaban ufanos, sentados en primera fila del pabellón de Vistalegre, abrazados y confiados en que habían llegado para hacer saltar por los aires el «régimen del 78». Era el 2014 y de aquella primera alineación de los fundadores de Podemos solo queda uno en pie: Pablo Iglesias, secretario general y señor de los inscritos y las inscritas. Todos los demás fueron pasados a cuchillo, con mayor o menor saña, por el amado líder. Luis Alegre, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero, Tania González e Íñigo Errejón cayeron en desgracia y fueron ejecutados sin pestañear por Iglesias, que mientras presume de democracia interna y votaciones telemáticas dirige su partido con mañas de Calígula de Galapagar.

A ese selecto club de decapitados pertenece Íñigo Errejón Galván (Madrid, 1983), ideólogo de la formación desde sus primeros balbuceos y jefe de las campañas electorales más exitosas, cuando algunos soñaban con superar en escaños al PSOE y él, más apegado a las cifras, aspiraba a pactar con los socialistas desde una posición de fuerza. Cuando al fin llegó el acuerdo con Sánchez, él ya no estaba en Podemos para verlo, aunque lo bendijo desde la tribuna del Congreso parapetado en esa heterogénea mayoría que alguien tildó de Frankenstein.

Populismo sin complejos

Errejón también procede de la cantera de la Complutense, donde siendo alumno de Políticas trabó amistad con un grupo de profesores entre los que estaban Bescansa, Alegre, Iglesias y Monedero. En aquellos tiempos deambulaba por territorios más a la izquierda que sus mayores. Coqueteó con el pensamiento libertario y degustó las teorías anticapitalistas antes de descubrir el filón inagotable del populismo latinoamericano. De hecho, Errejón, como en sus tiempos Fraga Iribarne, no se encuentra incómodo con la etiqueta de populista. Tampoco reniega de su etapa de colaborador del chavismo y dedicó su tesis, con la que se doctoró en el 2012, a reivindicar las políticas de Evo Morales. Tituló su investigación La lucha por la hegemonía durante el primer Gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo y cuando, muchos años después, tuvo que fundar su propio partido se acordó del Movimiento al Socialismo (MAS) para hacer otro guiño a Evo.

En enero del 2014, asistió en primera línea al alumbramiento de Podemos y en mayo dirigió la campaña de las elecciones europeas que llevó a Iglesias y otros cuatro dirigentes de Podemos a la Eurocámara. Habían pasado de las tiendas de campaña del 15M a sumar 1.200.000 votos con Errejón en la sala de máquinas. Un año más tarde, aterrizó en el Congreso junto a los principales líderes del partido. Se convirtió así en portavoz parlamentario y número dos de facto. Eran los días de vino y rosas entre Pablo e Íñigo, un amor que se rompió de tanto usarlo durante la investidura fallida de Pedro Sánchez en marzo del 2016. Iglesias no solo se negó a apoyar al socialista, sino que le arrojó los GAL a la cara. «El señor Felipe González tiene el pasado manchado de cal viva», soltó el líder de Podemos desde su escaño, mientras Errejón, sentado a su derecha, no pudo reprimir un gesto de «tierra, trágame».

Para la repetición electoral de junio del 2016, Pablo Iglesias aplicó una vez más su modelo unipersonal de partido y suscribió con Alberto Garzón el llamado «pacto de los botellines» para que Podemos e Izquierda Unida concurriesen juntos a los comicios. El acuerdo provocó el segundo desencuentro grave de Errejón con el administrador único del aparato de Podemos. «Hay sumas que restan o dividen», sentenció el rostro amable de la izquierda rupturista.

La batalla final

La formación logró entonces su mejor resultado: 71 escaños y cinco millones de votos (más del 21 % de las papeletas), pero paradójicamente lo asumieron como una derrota -aspiraban al cacareado sorpasso al PSOE- y se desató la batalla final entre pablistas y errejonistas.

En la asamblea de Vistalegre II, Iglesias aplastó la plataforma alternativa presentada por Errejón -Recuperar la Ilusión, se llamaba- y, solo unos meses después, lo fulminó como portavoz en el Congreso y le dio el puesto a dedo a Irene Montero.

Pero Errejón quedó a medio matar y, en el 2019, reapareció para ser el candidato a las autonómicas de Más Madrid, el proyecto de Manuela Carmena. Iglesias despreció por adelantado el movimiento con un gélido «Íñigo no es Carmena», pero tuvo que digerir cómo su antiguo camarada sumaba 20 diputados en la Asamblea por 7 de Podemos.

No tuvo tanto éxito en las generales de noviembre del 2019 con la fórmula de Más País. Solo logró su escaño y el de Joan Baldoví, tropiezo que aprovechó Iglesias para ningunearlo desde el banco azul.

Pero Errejón paladea ahora su venganza. Ha despreciado la oferta del líder de Podemos para una candidatura conjunta contra Ayuso sin ni siquiera mancharse las manos. Ha sido su candidata, Mónica García, la que ha declinado incorporar la «testosterona» de Iglesias al proyecto. «El feminismo nos ha enseñado que no siempre tenemos que ser los protagonistas», remató Errejón a puerta vacía en Twitter.