Pablo Iglesias, el vicepresidente tuitero que nunca soltó la pancarta

ESPAÑA

Pablo Iglesias, en el Congreso en una imagen de archivo
Pablo Iglesias, en el Congreso en una imagen de archivo Ricardo Rubio | Europa Press

El líder de Unidas Podemos abandona el Ejecutivo para batirse con Isabel Díaz Ayuso por la presidencia de la Comunidad de Madrid

05 may 2021 . Actualizado a las 16:17 h.

Poner a los politólogos a hacer política da el mismo resultado que poner a los filólogos a escribir novelas: el fracaso es estrepitoso. Ya decía Borges que no se aprende a respirar observando láminas de los pulmones. Y Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978) ha dedicado los últimos siete años a confirmar la teoría del argentino.

De su efímero paso por el Gobierno nos quedará una abultada colección de tuits —en los que siempre ha ejercido más como comentarista de la realidad que como vicepresidente segundo del Reino de España— y, sobre todo, sus sesudas recomendaciones de las mejores series de televisión que emiten las plataformas de pago. No supimos gran cosa de su gestión de las residencias de ancianos durante los momentos críticos de la pandemia, pero nunca faltaron sus apuntes diarios sobre Borgen, House of Cards o Baron Noir. El vicepresidente siempre ha estado más atento a Netflix que a Murcia.

Ed

Pablo Iglesias agarró la pancarta con solo 16 años, cuando se afilió a las Juventudes Comunistas, y ya no la ha soltado. Ni siquiera cuando en enero del 2020 se sentó a la izquierda de Pedro Sánchez como número tres del Gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos. Parecía la culminación de una carrera meteórica que había arrancado en las elecciones gallegas del 2012, cuando tuvo su bautismo de fuego real como asesor de AGE y de Xosé Manuel Beiras en la campaña que llevó a Feijoo a su segunda mayoría absoluta.

La pasantía de Beiras

Con la pasantía de Beiras en el peto, Iglesias y una capilla de entusiastas profesores de la Complutense fundaron Podemos (lo de Unidas vino algo después) en marzo del 2014, con la idea de encauzar la indignación de una sociedad hastiada por la corrupción, la crisis financiera y el austericidio.

La fórmula —calcada del populismo latinoamericano y centrifugada con brío en las redes sociales— transformó el cabreo en votos e Iglesias Turrión pasó de rodear el Congreso con los indignados a sentarse primero en su escaño del Parlamento Europeo y, al tercer intento, en la bancada azul reservada al Gobierno. Dejó de fruncir el ceño y empezó a hablar en susurros a sus rivales, en plan homilía de teólogo de la liberación, para dar la imagen de hombre de Estado.

Como muchos de sus correligionarios, se encuentra incómodo en las tareas de gestión. Fijar prioridades y asignar partidas es más aburrido que entonar consignas y grabar vídeos. Tal vez por eso, nunca ha dejado de ser oposición. Ni siquiera desde el Consejo de Ministros ha dejado de arremeter contra los jueces, la monarquía, los medios (donde es omnipresente), el pérfido Ibex 35 y sus socios del PSOE.

Pero al final la vieja política le ha doblado la mano y ahora quiere probar fortuna con un pulso a Isabel Díaz Ayuso, su alter ego en la orilla derecha del populismo.

Iglesias iba para líder de masas, pero se ha quedado en mesías interino. De tanto cabalgar contradicciones, las contradicciones acabaron por cabalgarlo a él.