26 abr 2020 . Actualizado a las 08:45 h.

Han pasado 43 días desde que comenzó una de las peores etapas vividas por casi todas las generaciones actuales en Galicia y en España. Decenas de miles de personas nos han abandonado, centenares de miles luchan contra la enfermedad, y la economía de todos atraviesa apenas sin respiradores el coma inducido. Es hora de reaccionar o no habrá nueva normalidad; habrá empobrecimiento, ruina y quiebra.

 Lo saben muy bien los gallegos que ya no cuentan con su puesto de trabajo, los que ven desmoronarse su empresa, los que esperan con su negocio cerrado, los que han perdido sus estudios o sus oposiciones, los que no pueden sembrar y por tanto cosechar, los que no tienen permitido salir a pescar o a vender, los que dependen todo el año de tres meses de verano, los que viven solos y sin ayuda. Todos. No hay nadie que viva honradamente de su trabajo o de su pensión que confíe en que la calamidad no le va a afectar. De hecho, ya le ha afectado. Pero si no hay una reacción inmediata -todo lo prudente que se requiera, pero también decidida y valiente- lo que hasta ahora hemos padecido solo será el golpe inicial.

Para evitar que estos 43 días sean el prólogo a la peor época de la vida de las actuales generaciones y una mala herencia para las que sigan, es imprescindible empezar ya una actuación firme en varios frentes. El sanitario, desde luego, que ya tendría que estar encauzado y se demora por errores continuos en la gestión de la crisis; el social, que ponga fin ya al confinamiento, y el económico, que ocupa horas y horas de declaraciones grandilocuentes y en la práctica se reduce al sálvese quien pueda.

Plan para la sanidad

En Europa, España -junto con Bélgica e Italia- está sufriendo la peor parte de la crisis sanitaria. Y no solo se explica por la peligrosidad natural del virus. También por la debilidad y la improvisación que han mostrado las autoridades desde el principio. La falta de material de protección en los hospitales y para los ciudadanos, el abandono de los centros de mayores, el caos en el recuento, el deshumanizado trato a las familias de los fallecidos son solo algunos de los errores de los que alguien tendrá que dar cuenta.

Basta ver el efecto de la bienintencionada idea de regular el precio de las mascarillas para pedir para el Gobierno un curso acelerado de sentido común. Se fija un precio inferior al euro, que a nadie puede parecerle mal, cuando los proveedores en origen las venden más caras, con lo que se bloquean las compras. Así ha sido de acertada la política del ministro de Sanidad, que ha pasado de estar vacío de competencias a verse sobrepasado por falta de competencia.

Quizá no sea hora de dimisiones, pero sí de aprovechar los ratos libres entre comparecencias en televisión y exhortaciones dubitativas para organizar la respuesta de la sanidad pública española con quienes la gestionan, que son los servicios de salud de las comunidades autónomas.

Plan para el desconfinamiento

Alemania ya comenzó en algunos territorios el 20 de abril; Bélgica, Portugal e Italia empezarán el 4 de mayo; Francia lo anuncia para el día 11. ¿Y España? A la cola y confusamente. Empezará a permitir alguna salida de alivio desde el día 2, según anunció anoche el presidente, pero con tantas limitaciones que el Ejecutivo parece no tener en cuenta dos elementos determinantes.

El primero, el reconocimiento y el respeto a la actitud de los ciudadanos, que no ha podido ser más responsable y colaboradora. Pese al ejemplo que están dando, nadie en el Gobierno confía en ellos. Nadie quiere tratarlos como sociedad adulta: mayores de edad y pensamiento, capaces de gestionar sus vidas y sus problemas. Capaces de evitar situaciones de posible contagio.

Y el segundo, de principal importancia, tiene que ver con un hecho que a los gobernantes les cuesta aceptar: España no es uniforme. No se circunscribe a la almendra de Madrid, como parecen entender quienes una y otra vez ocupan los despachos del poder central. Ni siquiera Galicia es uniforme. No es lo mismo lo que se puede aplicar en Coslada que en Lugo, aunque tengan un número de habitantes relativamente aproximado; ni en A Coruña que en Monterroso, aunque estén en la misma comunidad autónoma.

De hecho, toda la Galicia rural, desde las pequeñas aldeas a las villas, está sufriendo un sobreconfinamiento innecesario, improductivo y ruinoso. Si se siguiese el modelo de Alemania, ya habrían entrado en la fase de desescalada, porque el riesgo es considerablemente menor, su población absolutamente responsable, y su economía requiere ahora mismo no permanecer en casa, o dando desesperados paseos por el alpendre o el garaje, sino salir al campo y trabajar sus fincas, si encuentran las semillas que escasean.

Lo que les pasa a los agricultores gallegos, que tendrán que empeñarse más, les sucede a todos aquellos que se ven impelidos a endeudarse con créditos que no esperaban antes de pagar los que ya afrontan. Para ellos sí es la deuda permanente, compensada por el Gobierno con promesas evanescentes de dinero ficticio.

Plan para la economía

Bien podría el Gobierno mirarse en el espejo de Europa. Lo que la UE está ofreciendo en esas largas y retóricas cumbres donde se supone que contamos algo 500 millones de personas, es lo mismo que está ofreciendo el Ejecutivo en España: dinero ficticio. Ni un compromiso real, solo falsas palabras para que no salgan a la calle los chalecos amarillos.

España e Italia tienen toda la razón moral y todo el apoyo ciudadano para reclamar que el primer concepto que expresa una Unión es la solidaridad. Si no, solo es una palabra vacía, carente de significado, y, por tanto, superflua. Si Europa no es solidaria, no será. Estaría bien que esta frase la leyese Merkel.

Y en España, Pedro Sánchez. La salida de la crisis no es decirle al autónomo, al trabajador, al empresario: estamos contigo, eres imprescindible, que te vaya bien. También es imprescindible pasar de las palabras a los hechos.

No es admisible decirle a todo el sector del turismo que dé este año por perdido, mientras Portugal se prepara para acoger el flujo del turismo internacional. Tampoco es admisible cerrar en un mes y para siempre un sinfín de comercios y servicios minoristas. No es admisible destruir la clase media. La savia del país.

Responsabilidad

Por tanto, lo que nos pase a todos los gallegos y a todos los españoles a partir de mayo no será solo a causa del virus, con el que tendremos que convivir, con mayor o menor letalidad, para siempre. También será responsabilidad de todos los que hoy toman las decisiones en nuestro nombre, y a veces contra nuestro nombre.

El presidente del Gobierno, que ve cómo sus aliados de la investidura huyen ahora despavoridos, debe pasar de los discursos de rostro amable a los hechos constatables, y a formar mayorías comprometidas con España. El líder de la oposición, del cuanto peor mejor, a ayudar al país que quizá un día tenga que gobernar. El que solo quería asaltar el cielo para gozar de privilegios, a renunciar al sectarismo y a todos los tópicos mal aprendidos de la lucha de clases. Y el presidente de Galicia, a demostrar que además de su buen talante es capaz de distinguir a su tierra de la debacle general que se cierne sobre España. No lo tienen fácil. Pero los ciudadanos ya no tenemos más días para regalar.