El presidente del Gobierno en funciones confiesa que comparte con «los progresistas» el sentimiento de «frustración, decepción y contrariedad» por tener que volver a las urnas el 10N, por lo que pide a sus huestes que arrimen el hombro para convencer a los posibles abstencionistas de que acudan a votar para «dejar atrás una política inútil que solo sabe de bloqueo y de destrucción».
Para marcar distancias con Unidas Podemos y cosechar los restos que se dejará por el camino un Albert Rivera de viaje hacia la derecha, el secretario general socialista invoca el espíritu centrista del PSOE, un cartel moderado que ya esgrimió en la entrevista de La Sexta al asegurar que «no dormiría tranquilo» si dejase las pensiones en manos de Iglesias. «Somos el gran partido de una izquierda que se comporta con moderación porque se dirige a grandes mayorías», arguye.
Gonzalo Bareño
Es muy posible que la realidad no acompañe finalmente a los apocalípticos pronósticos a los que estamos asistiendo sobre la posibilidad de una abstención masiva en las próximas elecciones. Es cierto que el cabreo del personal con la clase política se palpa a pie de calle. Pero los españoles llevan años demostrando que su responsabilidad y su compromiso con la democracia están muy por encima de los de los partidos. Augurios semejantes a los que se están haciendo ahora, de caídas de hasta un 10 % en la participación, se hicieron ya ante los comicios del 2016, que fueron los primeros que hubieron de repetirse por la incapacidad del Parlamento a la hora de darle a España un Gobierno. Pero lo cierto es que, con los lógicos altibajos, desde las elecciones del 2011, tras las cuales se inició la crisis política que padecemos -acaso más grave que la económica-, hasta las del 2016 la participación en los comicios generales se mantuvo relativamente estable. Fue del 68,9 % en el 2011, del 69,7 % en el 2015 y del 66,5 % en el 2016. Es en el 2019 cuando se produce un salto cualitativo, llegándose hasta el 75,75 %, cifra no alcanzada desde el 2004, en plena conmoción por los atentados del 11-M, por lo que ni siquiera una vuelta a índices de participación por debajo del 70 % supondría que se está produciendo una crisis de legitimidad democrática.
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