La intrahistoria de la negociación entre el PSOE y Unidas Podemos

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado LA VOZ

ESPAÑA

Ballesteros Efe

Todos los ofrecimientos de los socialistas y las exigencias de los de Pabo Iglesias durante los últimos 80 días

24 jul 2019 . Actualizado a las 12:03 h.

Una vicepresidencia y dos ministerios. Esta es la última oferta que ha trasladado Pedro Sánchez a Pablo Iglesias para que acepten formar un gobierno de coalición. Pero en la formación morada consideran que se trata de un engaño. Tres puestos dentro del Ejecutivo sin poder real; como si fueran de cartón piedra.

Fuentes próximas el secretario general de Podemos advierten que, tal y como lo propone el PSOE en las negociaciones, el cargo de vicepresidenta, reservado para Irene Montero, está «vacío» de poder, destinado a aparecer en fotos de los muchos actos oficiales que conlleva el puesto.

Tres cuartos de los mismo sucedería con las carteras ministeriales que ha ideado Sánchez para la formación morada. Dos ministerios de nuevo cuño que en el anterior Ejecutivo estaban integrados dentro de otros departamentos, creados ex profeso para intentar convencer a Podemos. Uno de ellos sería el Ministerio de Infancia, hasta ahora una dirección general integrada en el Ministerio de Sanidad. Podemos sigue considerando la oferta como ridícula y confía en que Sánchez se deje de tacañerías y comparta con ellos una porción de poder real: una vicepresidencia real y al menos un par de ministerios de carácter social. Pero ministerios, y no secretarías de Estado o direcciones generales disfrazadas de ministerios. A falta de 48 horas para que a las 14.30 del jueves comience la trascendental votación del jueves, en la que Sánchez necesita más síes que noes de la Cámara Baja para ser investido presidente, las posturas de socialistas y morados están encalladas. Lejos de cocinar un acuerdo, las dos primeras jornadas del debate de investidura no han hecho más que entorpecer la conformación de un bipartito. El encontronazo del lunes entre Sánchez e Iglesias se calentó mucho más de lo que le hubiese gustado a las dos partes.

La vicepresidencia y esos dos ministerios para Podemos es tan solo la última oferta en una negociación en la que las líneas rojas de las dos direcciones han obligado a dejar todo para el último momento y con un desenlace por determinar, aunque fuentes de las dos formaciones coinciden en que al final no puede haber otra salida que no sea un acuerdo. Bien el jueves o bien en septiembre, antes de que se disuelvan Las Cortes y obliguen a los españoles a volver a votar.

Conocer en profundidad la intrahistoria de la negociación resulta complicado por la cantidad de informaciones intencionadamente tóxicas que desde ambos partidos han filtrado a la prensa con el fin de perjudicar al otro. Esta obsesión de hacerse con el relato, de parecer que en caso de no llegar un acuerdo solo había un culpable: el otro, empezó casi desde el mismo día posterior a la celebración de las generales.

El triunfo de Sánchez

El PSOE gana las elecciones con contundencia. Aunque lejos de acariciar la mayoría absoluta, su ventaja respecto a la segunda fuerza y la incapacidad de PP, Cs y Vox de aliarse para formar gobierno, invitan la salida de Sánchez al balcón de Ferraz para celebrar el resultado con la militancia socialista. Se ve presidente. La semana siguiente cita en Moncloa a los dirigentes de los principales partidos políticos para analizar el nuevo escenario político. Con Iglesias charla más de dos horas. En la sala de prensa del complejo presidencial, Iglesias exterioriza su «optimismo» para trabajar juntos en un Gobierno de izquierdas, aunque ambos convienen que lo mejor es aparcar todo hasta que transcurran las elecciones municipales y autonómicas, a la vuelta de la esquina. Más allá de esta predisposición a colaborar, en su día Iglesias no concretó nada de la forma que debería tener ese futuro gobierno, aunque meses más tarde acabó manifestando que Sánchez le había propuesto conformar un Ejecutivo de coalición con reparto de carteras en función del apoyo que cada fuerza había obtenido en las urnas. Iglesias fue acusado por los socialistas de mentir.

La primera oferta oficial: Gobierno de cooperación

Primera semana de junio. Pasadas las municipales y autonómicas, Sánchez vuelve a citar a los líderes de las tres principales fuerzas parlamentarias. En esta ocasión el primero en obtener la vez fue Pablo Iglesias, todo una declaración de intenciones con la que el secretario general socialista pretendía simbolizar quién era su socio preferente de Gobierno. Y aquí empezaron a saltar las chispas. Aunque ambas partes comentan que todo ha ido bien, Iglesias anuncia que Sánchez le ha ofrecido participar en un gobierno «de cooperación». ¿Qué es eso? Nadie consigue aclararlo. El líder de Podemos cree que es un sinónimo de la coalición de toda la vida. Pero de inmediato, fuentes autorizadas por la dirección socialista lo desmienten. A los pocos días se sale de dudas de lo que entiende realmente Sánchez por un Gobierno de cooperación: apoyarse preferentemente en el grupo parlamentario de Unidas Podemos para sacar adelante medidas en el Congreso, pero integrarlos en la administración central solo en segundos escalones, como secretarías de Estado o direcciones generales, siempre dependiendo de su correspondiente ministerio. Si hasta ahora las negociaciones no habían avanzado mucho, a partir de este momento comienza el bloqueo absoluto.

«Independientes contrastados»

El 18 de junio Sánchez vuelve a citar a Iglesias en el Congreso. Se trata del tercer mano a mano desde las generales, y resulta todavía más infructuoso que los dos anteriores. «Las posturas están muy alejadas», informaron fuentes socialistas a la conclusión. Iglesias exigía sillas en el Consejo de Ministros. Sánchez empezó con las rebajas y accedió a acordar entre las dos formaciones a «independientes contrastados» acordados por ambas formaciones al frente de algunas carteras ministeriales, pero siempre y cuando obtuvieran su visto bueno, vetando a cualquier dirigente de la formación morada, reservando la entrada de afiliados de Podemos a los escalafones inferiores mencionados anteriormente. Iglesias no traga.

Iglesias se niega y dice que solo votará a favor de la investidura del candidato a la presidencia si este permite la entrada de dirigentes de Podemos en los consejos de Ministros de los viernes.

Reunión secreta en Moncloa

Sánchez vuelve a recibir en Moncloa a Iglesias en un encuentro que ninguno incluye en sus agendas oficiales, pero que acaba trascendiendo gracias a la prensa. El secretario general de Podemos exige claridad al presidente del Gobierno en funciones. Tras conocer su idea de mantener a los dirigentes morados alejados del Consejo de Ministros, por primera vez Iglesias le dice que está dispuesto a votar que no en la sesión de investidura. Se desata la guerra por el relato. Amenaza de repetición electoral. 

Consulta a las bases

El distanciamiento entre Sánchez e Iglesias se dispara cuando este último lanza una consulta a las bases, que puede reducirse en la siguiente disyuntiva: ¿Debemos apoyar a Sánchez en la investidura a cualquier precio o hay que exigir una cuota de poder proporcional a los resultados electorales? El presidente del Gobierno entiende que la pregunta está formulada de tal manera que la militancia no tenga dudas en apoyar la posición de su secretario general, que no es otra la de reclamar los sillones que, cree, le corresponden. Para torpedearlo, Ferraz filtra que Iglesias ha exigido ser el vicepresidente del Gobierno, algo que Sánchez no está dispuesto a permitir, consciente del calvario que podría suponer su mandato con un número dos que le inspira cualquier cosa menos confianza. Especialmente cuando la sentencia del 1-O está a la vuelta de la esquina.

Sánchez logra la cabeza de Iglesias

La negociación tuvo su vuelco más importante el pasado viernes, a solo tres días de que arranque el debate de investidura. Sánchez concede una entrevista en La Sexta totalmente predispuesto a cargar contra Iglesias, y apunta que no puede permitirse dejarle entrar en el Gobierno, señalando esta cuestión como el gran obstáculo para conformar un Gobierno de coalición, ya que la vicepresidencia es algo irrenunciable para Iglesias, y a la vez constituye una línea roja infranqueable para el jefe del Ejecutivo en funciones.

Iglesias admitió no estar viendo la televisión en ese momento, pero que su teléfono empezó a sonar de tal forma que se enteró de inmediato que Sánchez había exigido su cabeza para avanzar de cara a la conformación de ese Gobierno bipartito. El secretario general de Podemos demuestra cintura, y tan solo unas horas después, emite un vídeo en el que manifiesta su voluntad de apartarse, pero dejando claro que ese será el único veto que aceptaría por parte de Sánchez. El fin de semana siguiente parecía que todo sería coser y cantar. Las negociaciones se retomaron con fuerza, pero llegó el lunes, arrancó el debate de investidura, y de nuevo todo pareció saltar por los aires.

El calentón del lunes

La intervención inicial del candidato a la presidencia, que se explayó dos horas desde la tribuna sin apenas hacer referencia a sus potenciales aliados, sentó en la bancada de Podemos como una falta de respeto. Eso, junto a las constantes peticiones de Sánchez al PP y a Cs rogando su abstención, y su posterior encontronazo con Iglesias durante la réplica, puso en serio peligro la investidura. El calentón del momento.

Pero una vez apagados los focos del Congreso tras una maratoniana jornada, tanto Sánchez como Iglesias cayeron en la cuenta de que están poco menos que obligados a llegar a un acuerdo. Por ello, a pesar de que el intenso mano a mano amenazó con mandarlo todo al garete, ambos ordenaron a sus equipos negociadores seguir avanzando para poder salvar la votación del jueves.

El fracaso de Sánchez en la investidura de ayer estaba cantado, ya que Podemos y el PSOE forzarán al máximo las negociaciones, probablemente hasta el mismo jueves, cuando se reanudará el pleno para que Sánchez disponga de su segunda intentona, en la que para triunfar, necesita el apoyo de los 42 diputados de Unidas Podemos y la abstención de los independentistas de ERC.

MÁS ALLÁ DEL JUEVES

Balas en la recámara. Sánchez disfrutará mañana de su segunda bala, pero no será la última. De no cuajar el jueves su investidura, todavía restarán dos largos meses por delante. Porque ese marco de que si no hay investidura esta semana, ya no la habrá nunca, y que por tanto la convocatoria electoral será irreversible, ha sido autoimpuesto por los dos actores implicados. Conviene no perder de vista esta variable de que si no hay acuerdo el jueves no tiene que haber elecciones, porque los equipos negociadores la tienen muy en cuenta a la hora de apretar y soltar con sus exigencias.

A FAVOR DE OBRA

A ninguno le conviene elecciones. Uno de los principales motivos que invita a pensar que finalmente sí habrá investidura, es que ni al PSOE ni a Podemos le conviene una repetición electoral. Sánchez pondría ganar algún escaño; su asesor de cabecera, Iván Redondo, cree que especialmente hacia la derecha, comiéndole votos a Cs por su radicalización, pero a cambio pondrían en riesgo la Moncloa. Por su parte, Podemos tiene mucho más que perder, ya que estaría en juego poco menos que su supervivencia. A la crisis orgánica que padece desde hace años y los líos con sus aliados, se uniría la amenaza de Errejón, que planea lanzar una plataforma política. Estas aspiraciones quedarían ahogadas a corto plazo si la legislatura no decae. Además, entrar en el Gobierno sería para Podemos una bocanada de oxígeno en materia económica. Sus problemas de financiación podrían tener un respiro colocando a parte de sus cuadros en cargos de la Administración. Por último, y algo que sabe muy bien Pedro Sánchez, resulta complicado pensar en un escaparate mejor que un ministerio o una vicepresidencia. La visibilidad está garantizada. Y también los fondos para poner en marcha las políticas.