
Ciertos animales fingen estar muertos para salvarse. Algunas serpientes y las zarigüeyas, por ejemplo, logran hacer un cadáver tan perfecto que sus depredadores los dan por amortizados y pasan de largo.
El ser humano también practica el antiguo arte de la tanatosis. James Bond fue entrenado por el MI6 para reducir hasta la nada su frecuencia cardíaca y huir de sus malignos enemigos. Ya sé que no tiene tanto glamur como el 007 de Pierce Brosnan, pero hasta ahora yo nunca había visto a nadie hacerse el muerto con la habilidad de Mariano Rajoy. Y no me refiero a su ya histórico baño en las aguas del Umia, sino a esa capacidad suya para agarrar el joystick del país y congelar la partida en la pantalla. «Medir los tiempos», llamaba él a esa exasperante pachorra que desesperaba a sus rivales y, ya no digamos, a sus compañeros del Partido Popular.
Rajoy llegó a ser un holograma de sí mismo y todos nos preguntábamos si aquel señor del plasma no habría dejado grabado su discurso el día anterior y en realidad no estaba en Génova, sino en Sanxenxo, oteando el horizonte de Silgar desde una hamaca.