Sigue creciendo el número de maltratadas que renuncian a su trabajo por miedo

d. ch. MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Ana Garcia

Este año, unas 2.723 víctimas han abandonado sus empleos

21 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta septiembre, unas 2.723 mujeres víctimas del maltrato han abandonado su puesto de trabajo, una cifra que no deja de crecer y eso contando solo «los contratos de interinidad que llevan a cabo las empresas para sustituir a una trabajadora víctima de violencia de género», explica el sindicato CSIF. «Detrás de cada sustitución, obviamente, hay una mujer que se ha visto obligada a dejar su empleo porque ya no puede más, por las consecuencias físicas y psíquicas de haber sufrido maltrato por su pareja o, básicamente, porque su vida corre peligro». El aumento respecto al 2017, según datos del Servicio Estatal de Empleo, es del 8,5 %: 232 mujeres más que temen por su integridad física hasta el punto de renunciar a sus carreras profesionales.

Aunque la prohibición a un agresor para que no se acerque a lugares puntuales que frecuenta la víctima es una de las medidas cautelares más frecuentes, según datos del Consejo General del Poder Judicial, se suelen ceñir a los puntos de trabajo o domicilio, pero no a las estaciones de trenes o metro muy concurridas. Además cerca de una décima parte de los agresores desacatan las órdenes. Se dejan ver, impregnan de terror la cotidianidad de la mujer. Hasta el punto de que ella, una vez que hace la denuncia, tiene por recomendación entregar la fotografía del agresor al departamento de seguridad de su empresa y los guardias deben llevarla consigo.

Cuando la mujer busca empleo, la desprotección es aún mayor. Un 65 % de las víctimas están desempleadas hoy, según el informe Un empleo contra la violencia, de la Fundación Adecco, y la mayoría están en paro desde hace más de un año. Solo un 19 % tiene trabajo formal y el resto trabaja «en negro». La precariedad añade «exclusión social y pobreza» al cuadro de la agresión machista.

«Es la propia violencia de género la que aleja a las víctimas del mundo laboral, debido al bloqueo de acceso al empleo que ejerce el agresor, conduciéndolas a una espiral de aislamiento que deriva en mayores cotas de desempleo y en grandes dificultades para buscarlo», dice Begoña Bravo, consultora de la Fundación Adecco, durante la presentación de la investigación, basada en encuestas a 500 víctimas de violencia machista.