El 26 de octubre del 2017 será recordado por la indecisión del president. Tras la mediación del lendakari Urkullu, estaba dispuesto a variar el rumbo suicida del procés y convocar elecciones autonómicas, pero los suyos le llamaron judas y traidor, se echó atrás y precipitó la DUI. Todo lo que pasó después comenzó aquel jueves de tensión suprema

César Rodríguez

26 de octubre del 2017. España lleva dos meses mirando muy preocupada hacia el nordeste, hacia Cataluña. A golpe de leyes sin respaldo legal, expectativas sobre reconocimientos internacionales inmediatos, toneladas de retórica y un referendo sin validez, la montaña rusa del procés no hacía otra cosa que subir como un misil hacia la colisión frontal con el Estado.

Atrás habían quedado los desafíos que supusieron las normas de desconexión con el Estado, el cerco a la Guardia Civil en la consejería de Economía y Hacienda, la jornada triste del 1-O, el discurso histórico del rey Felipe el 3-O, los amagos de proclamación de una república, los planes para aplicar inmediatamente el artículo 155... La tensión crecía día a día, alimentada sobre todo por los independentistas, empeñados en lo que entonces parecía y hoy puede confirmarse como un viaje hacia ninguna parte. 

El desafío secesionista estaba a punto de cruzar su particular Rubicón. El «estado mayor del procés» había estado reunido hasta las dos de la madrugada para trazar una hoja de ruta. No había consenso sobre cómo declarar la república. Sobre aquel cónclave pendían un pacto de silencio y una espada de Damocles, la de la suspensión de la autonomía catalana que supondría la aplicación del artículo 155. No era una amenaza vacía. El PSOE había cerrado filas con el Gobierno de Rajoy y la respuesta del Estado, que tal vez llegara tarde, iba a ser implacable.

La mañana arrancó brumosa por la incertidumbre. Había dudas sobre casi todo. ¿Qué iba a pasar en el pleno del Parlament previsto para las cinco de la tarde? ¿Y en el Senado, que se reunía casi a la misma hora para la tramitación del 155? ¿Iba a presentar alegaciones la Generalitat en Madrid? Muchas preguntas, ninguna respuesta, demasiadas incógnitas. 

Puigdemont citó al govern en el Palau. Y presentó alegaciones al 155. Lo hizo fuera de plazo, pero fueron admitidas. También designó un representante ante el Senado. Mientras se conocían estas noticias, empezaron a circular especulaciones sobre un viraje del presidente catalán. Tomaba cuerpo la posibilidad de encauzar el procés con unas elecciones autonómicas

155 monedas de plata

Los rumores se convirtieron en titulares y alertas antes de las doce del mediodía. Fuentes del partido del presidente confirmaban la apuesta por una cita con las urnas. Y el Palau de Sant Jaume convocó a los medios para una comparecencia. Primero iba a ser a las 12. Y luego a las 13.30 horas. Puigdemont iba a disolver el Parlament. 

Pero entonces pasó lo que pasó. La CUP, indignada, tachó la convocatoria electoral de «deslealtad». Un destacado miembro de la formación antisistema compartió en redes un retrato invertido de Puigdemont. Dos diputados anunciaron su dimisión. Y Gabriel Rufián publicó un tuit cargado de simbolismo. 155 monedas de plata escribió el diputado de ERC para llamar judas a su aliado. 

En ese contexto de creciente indignación de notables y bases del independentismo con Puigdemont, al que tildaban de traidor y botifler, y con la comparecencia de las 13.30 aún prevista, se desveló quiénes habían sido los artífices del viraje que también generaba considerables dosis de alivio dentro y fuera del territorio catalán. El mediador fue el presidente vasco, Urkullu tras reunirse con varios empresarios catalanes que representaban a un grupo amplio de instituciones y representantes de la sociedad civil. 

Lendakari, convocaré elecciones

«Lendakari, convocaré elecciones», dijo Puigdemont a Urkullu. Según relatan crónicas publicadas semanas más tarde en la prensa catalana, el mensaje del president a los catalanes iba a ser este: «He decidido disolver el Parlament y convocar elecciones. Es una decisión que sólo puedo tomar yo, antes que el Senado apruebe la activación del artículo 155. No es la decisión que más me gusta, pero es la que corresponde en estos momentos y en esta circunstancias». 

Aquella alocución nunca se produjo. A las dos de la tarde, con la comparecencia retrasada para las 14.30, Puigdemont comunicó a Urkullu la marcha atrás: «Hay una rebelión entre los nuestros, no puedo aguantar». La calle confirmaba la rebelión en las filas independentistas. «Govern traidor, ni olvido ni perdón», se llegó a escuchar en Sant Jaume. Después  llegó la suspensión de la comparecencia y el anuncio de una nueva, en el Parlament, prevista para las cinco de la tarde. 

Entonces la bolsa, que había subido con la esperanza de un encauzamiento legal para el procés, se paró en seco. La economía había sido uno de los puntos flacos de los independentistas, con una fuga masiva de empresas, volvió a transmitir su desconfianza del desafío secesionista

Por si Puigdemont aún no había descartado la idea de ir a las urnas, Rufían volvió a atacar en Twitter: «El que dude que salga a la calle y mire a los ojos a la gente. #AraRepública», escribió en su cuenta personal el parlamentario de ERC poco después de las tres de la tarde. Y a las cuatro llegó la puntilla: Esquerra se iría del Gobierno si había autonómicas. Ahí se disiparon buena parte de las especulaciones. 

Tras reunirse con la cúpula de ERC, Oriol Junqueras y Marta Rovira, Puigdemont enfiló su declaración institucional de las cinco de la tarde. Apenas se retrasó un par de minutos. Desde el atril reconoció que había pensado en la convocatoria electoral, reprochó al PP que no le hubiera dado garantías y llamó al independentismo a la tranquilidad, «la paz y el civismo». Y la montaña rusa siguió su ascenso.

Como aquel emperador romano llamado Juliano y apodado el Apóstata, quemó sus naves y precipitó aquella aventura llamada procés más allá de cualquier punto de no retorno. 

Cataluña se desayunó con la pesadilla de una declaración unilateral de independencia, almorzó con las perspectiva de votar el 20 de diciembre y llegó a la merienda sin cita con las urnas. Todo lo que pasó después, la DUI; el 155, la huida de Puigdemont, el encarcelamiento de Junqueras y otros dirigentes, las elecciones del 21D... Pudo evitarse aquella jornada. ¿Fue un día histórico? El tiempo lo dirá. Pero fue histérico. Y trascendental