Melitón Manzanas, el primer asesinato planificado de ETA

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

La muerte del policía, destacado torturador del franquismo, marcó un antes y un después en la banda terrorista

02 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Eran las tres de la tarde del 2 de agosto de 1968. Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, llegaba a su residencia en Irún, una casona vasca de dos pisos llamada Villa Arana. En el primero le esperaban para comer su mujer, María Artigas, y su hija. «Vienes mojado», le dijo su esposa al abrirle la puerta. Antes de que pudiera responder, un hombre escondido en el rellano de la escalera disparó siete tiros. Tres alcanzaron al jefe policial en la cabeza, otro en la mano y otro en la muñeca. Manzanas murió prácticamente en el acto. ETA acababa de cometer el primer atentado mortal planificado de su historia. «Melitón Manzanas, ejecutado», fue la escueta reivindicación que se difundió por medio de octavillas.

La Operación Sagarra (‘manzana’, en euskera) llevaba tiempo preparándose. Pero el plan se aceleró cuando el miembro de ETA Txabi Etxebarrieta mató en junio al guardia civil José Antonio Pardines, nacido en Malpica (A Coruña), que le había pedido los papeles del vehículo con matrícula falsa en el que circulaba junto a otro etarra, Iñaki Sarasketa. Pardines fue la primera víctima mortal de la banda, aunque su asesinato no fue planificado.

Los dos terroristas huyeron, pero fueron localizados. Etxebarrieta murió en un tiroteo con la Guardia Civil, convirtiéndose también así en el primer terrorista etarra fallecido. Fue entonces cuando el comité central de la banda decidió matar a Manzanas. Xabier Izko de la Iglesia fue condenado a muerte en 1970 en el consejo de guerra de Burgos como asesino material del policía. En ese mismo proceso, otros cinco etarras fueron sentenciados a la pena capital por participar en la preparación de ese atentado y de otros dos asesinatos, aunque esta condena se revocó por otra a perpetuidad. Entre ellos estaba Mario Onaindía, que, tras la escisión de la banda en ETA militar y ETA político-militar se encuadró en esta última. En mayo de 1977 fue extrañado en Bélgica, antes de que en octubre de aquel año se decretara la ley de amnistía. Con la llegada de la democracia, Onaindía abandonó la violencia y sería luego diputado vasco por Euskadiko Ezkerra y después senador por el Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra (PSE-EE), federación vasca del PSOE. Otros diez acusados en el proceso de Burgos acumularon condenas que sumaban más de 500 años de cárcel.  

Estado de excepción

En una entrevista en El País en 1977, Izko negó ser el autor material del asesinato. «Yo no maté al comisario Manzanas, aunque en aquella época yo era el dirigente de la fracción militar de ETA, y aunque me sienta plenamente solidario con aquella acción», dijo. Manzanas era un personaje conocido, y sobre todo temido, por los activistas políticos y sindicales antifranquistas, además de por los escasos miembros de ETA en aquella época. Había sido encarcelado por las autoridades republicanas tras el golpe de 1936 por sus simpatías fascistas. Tras ser liberado con la entrada de las tropas del general Mola, se unió al bando franquista. Y ya en 1941 se incorporó al Cuerpo General de Policía, en el que acabaría como jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, en la que se hizo famoso por sus métodos de tortura a los detenidos cercanos al sadismo, según los testimonios de quienes los padecieron. Entre ellos estaban el expresidente del PSOE, Ramón Rubial o el periodista José Luis López de Lacalle. Este último acabó siendo asesinado por ETA en el año 2000, en una clara demostración de la locura de violencia en la que cayó la banda una vez recuperada la democracia.

El Gobierno respondió al asesinato de Manzanas con una declaración del estado de excepción en Guipúzcoa durante tres meses, que se amplió luego a otros tres. Ello suponía la suspensión de los artículos 14, 15 y 18 del Fuero de los Españoles, que regulaban la libertad de residencia, la inviolabilidad de domicilio y el período de detención policial. La muerte de Manzanas supuso un antes y un después en la historia de ETA. El hecho de que los terroristas fueran capaces de matar a un miembro tan destacado de las fuerzas de seguridad, y la escasa reacción de un sector de la sociedad guipuzcoana a ese asesinato, constataban que una buena parte de los vascos simpatizaban con la causa nacionalista. Como consecuencia, la represión de la dictadura en el País Vasco se incrementó de forma considerable, a pesar de que el franquismo daba sus últimos estertores.

Mucho después, en enero de 2001, la figura de Manzanas volvió a causar polémica cuando el Gobierno de José María Aznar, en aplicación de la ley de solidaridad con las víctimas del terrorismo aprobada por unanimidad, le concedió a título póstumo, como a todas las demás víctimas de ETA, la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo, lo que provocó las protestas de la izquierda y el nacionalismo. El Tribunal Supremo avaló esa condecoración tras rechazar un recurso del PNV.