Rajoy, el hombre que engañó una y otra vez a la muerte política hasta hoy

ESPAÑA

IAGO GARCÍA

Desde que en 1996 Aznar lo nombró ministro de Administraciones Públicas, el gallego no se había bajado nunca de la primera línea

01 jun 2018 . Actualizado a las 12:11 h.

A los 24 años, Mariano Rajoy era el registrador de la propiedad más joven de toda España. Tenía la vida solucionada, pero aburrido quizá, y animado por un grupo de amigos, decidió dos años más tarde presentarse a las primeras autonómicas gallegas «sin que en realidad hubiera muchas posibilidades de obtener un escaño», reconoció en sus memorias, publicadas por Planeta en el 2011. Lo consiguió. Y se convirtió en el diputado más joven del primer Parlamento de la historia de Galicia. No era un ambiente en el que se sintiese nada incómodo: ya en 1976 andaba pegando carteles de Alianza Popular para las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco.

Rajoy mantuvo su acta parlamentaria durante año y medio, para a continuación mudarse a la presidencia de la Diputación. Tenía solo 28 años.  Su primer escaño en el Congreso de los Diputados llegó en 1986, una estancia breve a la que renunció pronto, inquieto en sus inicios, cuando Fraga le reclamó para ocupar el cargo de vicepresidente de la Xunta de Albor. Fue aquí cuando Rajoy tuvo que lidiar con la primera moción de censura que se encontraría en su carrera política, la primera de la historia de España que logró prosperar. Hizo las maletas y se marchó a Santa Pola a recuperar su plaza como registrador. 

Moción de censura a Albor
Moción de censura a Albor TINO VIZ

En 1989, AP se refundó, y nació el Partido PopularRajoy fue nombrado miembro de su Comité Ejecutivo Nacional y vicesecretario general, y siete años después, cuando la formación conservadora llegó al poder -el 3 de marzo de 1996 con 9.716.006 votos y Aznar como presidente-, designado ministro de Administraciones Públicas. En 1999 asumió la cartera de Educación, Cultura y Deporte, hasta entonces en manos de Esperanza Aguirre. Cogió carrerilla. Desde entonces, no se bajó nunca de la primera línea política. Hasta ahora.

De él fue el mérito de la campaña electoral que en las generales del 2000 le dio al PP su primera mayoría absoluta, tras la cual fue nombrado vicepresidente primero y ministro de la Presidencia. Un año más tarde, tomó el relevo de Mayor Oreja al frente de Interior, rota la tregua de ETA, cargo que mantuvo solo un año para poder dedicarse, a continuación, a la portavocía del partido. Aznar preparaba la sucesión: en el 2003, lo nombró su heredero. «Mariano, te ha tocado».

Al frente del PP

Mariano Rajoy preside el Partido Popular desde el 3 de septiembre del 2003, pero no llegaría a la jefatura del Gobierno hasta el 2011, después de dos derrotas electorales: la primera, tres días después del 11M, dos días después de declarar que estaba convencido de que la autoría de los atentados de Madrid «correspondía a ETA».

Los españoles se echaron a las calles, exigiendo respuestas: querían saber con seguridad quién estaba detrás de la masacre. El socialista Alfredo Pérez Rubalcaba aprovechó el momento para apuntar que los ciudadanos se merecían un gobierno que no les mintiese, y el 14 de marzo, las urnas respondieron: el PP, al que también pasó factura el apoyo del Ejecutivo de Aznar a la guerra de Irak, perdió su mayoría absoluta y fue desalojado de la Moncloa.

Como líder de la oposición, Rajoy apretó bien las tuercas de principalmente dos asuntos, la lucha antiterrorista y la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Y el 21 de diciembre del 2011, bien parado de la crisis económica que marcó el segundo mandato de Zapatero, fue investido presidente del Gobierno tras su contundente victoria en las generales del 20 de noviembre, en las que el PP consiguió no solo su segunda mayoría absoluta, sino sus mejores datos desde 1982: 186 escaños. Y eso que España ya sabía de la trama Gürtel.

Rajoy tardó solo un mes en empezar a incumplir promesas.

BENITO ORDÓÑEZ

El político gallego tuvo que hacerse cargo de un país deprimidísimo económicamente, y su receta no fue otra que desenfundar y afilar las tijeras. Aplicó recortes -en educación y en sanidad, congeló oposiciones y sueldos de funcionarios-, subió impuestos, apretó cinturones y reclamó ayuda a Europa. Con Rajoy se aprobó la reforma laboral y también la polémica amnistía fiscal por la que los defraudadores pudieron hacer aflorar su dinero pagando tan solo el 10 % de lo regularizado. Con la prima de riesgo por las nubes y las cifras del paro alcanzando récords históricos -6.200.000 desempleados, con una tasa del 27,1 %- llegó el rescate. El préstamo europeo de 100.000 millones que nos permitió levantar cabeza.

Bajo el bastón de mando del líder de los populares se rompieron también todas las relaciones con la banda terrorista ETA, pero se asestó un duro golpe al sistema educativo con la ley Wert. Se subió el IVA cultural y se reformó la ley del aborto.

En el 2014, abdicó el rey Juan Carlos I, que cedió el trono a su hijo Felipe VI generando un discreto, pero incómodo alboroto popular que se echó a las calles dispuesta a certificar la muerte de la monarquía. El mismo año, se hizo pública la imputación de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin por el caso Nóos, solo uno más de todos las grandes tramas de corrupción que comenzaron a aflorar entonces y, con un goteo constante, siguieron destapándose durante estos últimos siete años: hubo para todos, pero especialmente para los de Génova y sus aliados. La Púnica, los papeles de Bárcenas -en quién Rajoy admitió haber confiado, «un error» por el que, dijo, no pensaba dimitir ni convocar elecciones-, la Gürtel. Precisamente el fraude que ha acabado por tumbar al presidente.

Con Rajoy al frente del Gobierno y tras la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña del 2006, los independentistas catalanes comenzaron ya en serio a desplegar el tablero de juego y a colocar sus fichas. Querían concesiones. Desde el primer minuto, el político popular decidió mantenerse firme -para algunos, impasible para otros- frente al desafío secesionista: en el 2012, rechazó el pacto fiscal que le propuso Artur Mas; en el 2014, la consulta del 9 de noviembre, contraria a la Constitución.

El 20 de diciembre del 2015, se celebraron las duodécimas elecciones generales desde la restauración de la democracia, en las que el PP obtuvo 123 escaños. Perdió 63 (y más de tres millones de votos) y, con ellos, la mayoría absoluta. Se dibujó ya aquí el boceto de los siguientes tres años: un espinoso escenario político, un país prácticamente ingobernable. Rajoy, sin apoyos suficientes, declinó el ofrecimiento del rey para formar Gobierno. Pedro Sánchez, líder del PSOE, fracasó en su investidura. Y el 25 de junio del 2016, solo seis meses después de los últimos comicios, los españoles fueron llamados de nuevo a las urnas. Esta vez, los populares arañaron 14 diputados más, quedándose con 134. En el mes de octubre, tras 315 días de ejecutivo en funciones, el gallego logró al fin volver a ser investido presidente.  

De nuevo, la corrupción y el desafío secesionista fueron en este segundo periodo las piedras más incómodas del zapato de Rajoy. Más descubierta la primera. Más agresivo el segundo.Tanto, que fueron la sombra de los sobornos y el cohecho de su partido los que lo auparon hasta el patíbulo. Y, probablemente, su gestión de la crisis catalana lo que empujó a los independentistas a asestarle el golpe mortal.