Puigdemont, de traidor a mito de los independentistas en minutos

Mercedes Lodeiro BARCELONA / ENVIADA ESPECIAL

ESPAÑA

YVES HERMAN | Reuters

Cientos de estudiantes se concentraron en los exteriores de la Generalitat siguiendo la jornada

27 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Expectación, mucha. Incredulidad, también. Barcelona vivió este jueves un día ping-pong. Del Palau de la Generalitat al Parlamento catalán, de las sedes de los partidos a las calles. Y es que las noticias corrían de tal forma que no daba tiempo a asimilarlas y, cuando la gente lo estaba haciendo, otra información ahogaba la anterior. A primera hora, que si Puigdemont convocaba elecciones, primero a las 13.30 en una declaración institucional; después, a las 14.30; más tarde, que si anulaba esta en el Palau y la posponía para efectuarla en el Parlamento. Luego, que si la haría a las cinco cuando comenzara el pleno, que a su vez fue retrasado una hora. Y la calle, como los políticos, jugó ese partido de ping-pong.

Comenzaron los estudiantes por manifestarse en la plaza Universidad desde las doce, en protesta por la aplicación del 155, en defensa de los encarcelados Jordi Sánchez y Jordi Cuixart y en contra de la «represión franquista». Pero ante las informaciones que volaban por la Red, se desplazaron a la plaza de Sant Jaume, donde está la Generalitat, para estar cerca del presidente. Allí, ante la previsión de un anuncio electoral, se oyeron gritos de «traidor». En ese enclave fue detenido Álvaro de Marichalar, por resistirse a un grupo de mossos que lo habían metido en el Palau para evitar un enfrentamiento con los independentistas.

Los manifestantes pasaron enseguida de la emoción al desencanto, y volvieron al encanto, pero más tarde. Antes, por primera vez desde que comenzó el procés, azotaron a su líder con lemas de «¡Ni un paso atrás!» y «¡Alerta PDECat, la paciencia se ha acabado!». Las redes estaban incandescentes. Puigdemont había dado marcha atrás.

Cuando el presidente acabó el partido y volvió a ser el que los independentistas querían, pasó de villano a héroe. Volvieron la emoción y las consignas de «las calles serán siempre nuestras». No salió al balcón, pero insufló aire a la plaza. Y quienes lo insultaban, lo recuperaron como mito. Mientras, otros grupos habían acudido a las sedes del PDECat y de ERC en el barrio del Ensanche.

Unas avenidas más allá, en el perímetro de seguridad alrededor del Parlamento se sucedían las protestas. Unas por los recortes cero y no a la DUI, que entonaban: «Dicen mayoría y no es, es una imposición el Gobierno de Puigdemont», y otras en las que los independentistas insistían: «Las calles siempre serán nuestras», ambas vigiladas muy de cerca por decenas de mossos.