El supuesto pacifista que abucheó al rey y abrazó a Otegi

La Voz REDACCIÓN

ESPAÑA

LLUIS GENE | AFP

La multitudinaria marcha de Barcelona contra el terrorismo quedó empañada por algunas facciones del independentismo

27 ago 2017 . Actualizado a las 14:43 h.

La multitudinaria marcha contra el terrorismo que recorrió ayer las calles de Barcelona quedó empañada por algunas facciones del independentismo. Incapaces de aparcar sus banderas durante unas horas, pelearon por una posición estratégica para recibir con pitos la llegada del rey Felipe VI. Uno de los protagonistas de esta encerrona fue David Minoves, de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), que cambió la estelada por una pancarta en la que se podía leer: «Felipe, el que quiere la paz no trafica con armas». Minoves logró la foto que buscaba, que de inmediato se encargó de difundir en las redes y que sus allegados se encargaron de amplificar hasta que se volvió viral.

Como su rostro tan solo es conocido en los círculos de la política local barcelonesa, daba la sensación que se trataba de un ciudadano anónimo, un vecino cualquiera que acudió a la marcha en repulsa al terrorismo, y así no se manchaban las siglas de ERC, formación a la que podría acusarse de utilizar los atentados que se cobraron la vida de 16 personas -esta misma mañana falleció una alemana que aquel fatídico jueves se encontraba en Las Ramblas- para emplearlo políticamente a su favor. Sin embargo, esta acción propagandística tan solo le funcionó durante un par de horas.

Miguel Quintana, uno de los promotores de la plataforma Libres e Iguales, y por lo tanto, políticamente en las antípodas de la formación secesionista, se encargó de contextualizar esa imagen. En su perfil de Twitter denunció que «el manifestante que saca la pancarta pacifista tras el rey es D. Minoves, que organizó con Rufián el acto de acogida a Otegi hace poco».

Para despejar cualquier duda, Quintana aportó unas imágenes de este acto organizado por Minoves en el 2016, como presidente del Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y las Naciones (Ciemen), en el que participó el histórico líder abertzale, que en su día cumplió condena de cárcel por sus estrechos lazos con la banda terrorista ETA

 

Clamor masivo contra el terrorismo empañado por los independentistas

El secesionismo quiebra la unidad con la que medio millón de ciudadanos hacen frente al terror

Cristian Reino / Colpisa

Cientos de miles de catalanes salieron ayer a la calle para condenar los brutales atentados yihadistas del jueves de la semana pasada en Barcelona y en Cambrils, para expresar que no tienen miedo al terrorismo y para proclamar que la violencia no modificará su modo de vida en paz, libertad y democracia. La movilización había sido convocada como la «manifestación de la gente» y fue la ciudadanía la que tuvo todo el protagonismo en una marcha marcada por la sonora pitada al rey y a los miembros del Gobierno central, que acudieron a la protesta.

Sectores del independentismo y de las entidades radicales hicieron suyas las directrices de la CUP y recibieron y despidieron al jefe del Estado y al Ejecutivo central con una fuerte silbada y con la exhibición masiva de carteles en los que les culparon indirectamente de los atentados por la relación comercial que mantiene España con las monarquías del Golfo Pérsico. «Fuera, fuera», «votaremos», «no tengo miedo, ni rey», fueron algunas de las consignas que se pudieron escuchar durante la marcha. Una gran pancarta, situada justo detrás de la cabecera de la manifestación, denunciaba: «Felipe y Rajoy, cómplices del comercio de armas, no tenéis vergüenza». «Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas», rezaba otro cartel.

La pitada al rey, alentada desde el soberanismo y desde los grupos de la izquierda radical, desvirtuó el mensaje de unidad y clamor unánime contra el terrorismo que buscaba la manifestación, organizada por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Por momentos, más que una movilización contra el terrorismo parecía una protesta contra el rey, el Gobierno y el PP. Puigdemont evitó criticar la bronca. «La libertad de expresión por encima de todo; pero tampoco lo tenemos que magnificar», dijo.

La pitada a Felipe VI, primer monarca que participa en una manifestación en España, hizo saltar por los aires la unidad civil e institucional que Carles Puigdemont ya anticipó en la víspera vertiendo una grave acusación contra el Gobierno, al sostener que Mariano Rajoy ha hecho política con la seguridad. Su consejero de Interior, Joaquim Forn, echó ayer aún más leña al fuego y señaló que actuará si se confirma que la Policía española ocultó datos a los Mossos sobre el imán de Ripoll.

Nueve días después de la tragedia, la respuesta contra el terror fue, no obstante, masiva y puede decirse que histórica. Barcelona respondió como se esperaba y buena parte de la ciudadanía que acudió a la movilización ofreció la mejor versión de sí misma. La cara de una población castigada y conmocionada por el dolor, pero dispuesta a seguir adelante y a no permitir que la intolerancia se apodere de la calle.

La Guardia Urbana habló de medio millón de personas. Barcelona expresó que no tiene miedo en una manifestación que recorrió el paseo de Gracia a lo largo de kilómetro y medio hasta la plaza de Cataluña, en la que la gente fue la protagonista, ya que 75 representantes de los cuerpos de seguridad, de emergencia y de entidades vecinales y ciudadanas encabezaron la protesta y relegaron a las autoridades políticas e institucionales a un segundo plano, en una segunda cabecera. La ciudadanía tuvo además un papel central, porque no hubo discursos institucionales, como en otras ocasiones, sino que la palabra la tomó la sociedad civil.

«No conseguirán dividirnos»

C. R. / Colpisa

«Si su ideología es la muerte, la nuestra es una apuesta decidida por la vida», leyó al final de la manifestación la actriz Rosa María Sardá en el escenario instalado en la plaza de Cataluña. «No conseguirán dividirnos, porque no estamos solos, somos millones de personas las que rechazamos la violencia y defendemos la convivencia en Manchester y en Nairobi, en París o Bagdad, en Bruselas y Nueva York, en Berlín y Kabul», afirmó. En su discurso, Miriam Hatib, también barcelonesa, miembro de la fundación musulmana Ibn Battuta, señaló que ni la «islamofobia ni el antisemitismo ni ninguna expresión de racismo o xenofobia tienen cabida en nuestra sociedad». «El amor acabará triunfando sobre el odio», remató. Fue un acto corto, sencillo, pero muy emotivo. Como los versos de Lorca, la música de Pau Casals o los miles de rosas que sujetaron los manifestantes. La protesta acabó como empezó: con miles de personas gritando «No tinc por». No faltó nadie. Nunca antes el jefe del Estado había acudido a una manifestación y el rey estuvo ayer en Barcelona. También Rajoy y su Gobierno; el vicepresidente del Parlamento Europeo; los presidentes del Congreso y del Senado; el presidente de la Generalitat y sus homólogos autonómicos; la alcaldesa de Barcelona, así como la representación de la totalidad de los partidos del Congreso y de la Cámara catalana. Prácticamente no faltó nadie.

«No importa la religión, cualquiera podría haber muerto allí»

Los asistentes explican su presencia y hacen una llamada a la tolerancia

David S. Olabarri / Colpisa

La multitudinaria manifestación que el sábado recorrió el centro de Barcelona reunió a miles de ciudadanos anónimos, de todas las nacionalidades y religiones. Por ejemplo, el sirio Tamehd Karim, que no paró de recibir abrazos. Tenía un cartel en el que reivindicaba el islam como religión de paz. Y muchos manifestantes se acercaban a estrecharle la mano o a abrazarle. Vio a su mujer y a sus dos hijos morir en la guerra de Siria. «Perdí a mi familia en Alepo; sé qué es el dolor», dice. Después cogió una patera con casi cincuenta personas y fue el único superviviente. Por eso está muy agradecido a Barcelona por haberle acogido como refugiado. Mouna, su traductora, marroquí, insiste en que cualquiera de los que acudieron a la manifestación podría haber sido víctima del atentado. «No importa la religión; cualquiera podría haber muerto allí», dice.

Benjamín García llegó a la manifestación con un gran cartel. Por un lado, un retrato del rey; por el otro, una bandera de España con un crespón negro. «En este país tenemos que reunirnos alrededor de una institución que nos aglutine a todos; y eso es el rey; por eso llevo esta pancarta», afirma. Reconoce que en un primer momento no se terminaba de creer los atentados. «No puede ser, no puede haber pasado aquí», pensaba. La incredulidad dejó paso a la «rabia» y la «frustración».

«Me sentía obligada a estar hoy aquí», dice Mah M., diseñadora gráfica iraní que vive en Barcelona desde hace diez años. Lleva el pelo suelto, sin velo, pantalones cortos y escote. Tiene claro que no podría vestir de esa forma en Irán. Y asegura que, después de tanto tiempo, le sería «muy difícil» volver a su país, donde la gente quiere «más libertad individual». «Me dolieron mucho los atentados, que se utilice el nombre de la religión para atentar contra gente», dice Mah.

«Seguiremos paseando por las Ramblas», dicen José y María Luisa, que dejaron hace 60 años sus pueblos en Zamora y Andalucía para instalarse en Barcelona. Piden que no se estigmatice a los musulmanes. «No todos son iguales. Muchos son también víctimas». Carlo Angrisano, de Barcelona, y Fede Munne, murciano, tienen 20 años y fueron a la manifestación con una decena de amigos. Llevaban una pancarta con las banderas española y catalana unidas por un crespón negro. Querían símbolos «que uniesen a todo el mundo», sin cargas políticas, en un momento en el que «lo importante es estar unidos» en «repulsa» del atentado yihadista. Por eso, admite Carlo, le dolieron los abucheos al rey.