Euforia sanchista, bajón susanista, ilusión en las bases y depresión en la vieja guardia

G. B. MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

BENITO ORDOÑEZ

Susana Díaz, que habría preferido hacerse directamente invisible, prefirió, consciente de que no era posible, sentarse en las últimas filas con la esperanza de pasar desapercibida

18 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las llamadas a la unidad y los deseos de superar cualquier conflicto interno van de serie en cualquier congreso, sea del PSOE o de cualquier otro partido. Otra cosa es lo que hay detrás de esos buenos deseos. Para comprobar, por ejemplo, hasta qué punto los socialistas están fracturados en dos mitades, por ahora de imposible reconciliación, no había que fijarse en los discursos. Bastaba darse una vuelta por los pasillos del palacio de congresos. Saber si un delegado era susanista o sanchista era tan fácil como mirarle a la cara. En el primer caso, el gesto variaba entre la seriedad, la pesadumbre o el puro aburrimiento. A los del segundo grupo no les cabía la sonrisa en el rostro. Bromeaban en voz alta y gesticulaban aparatosamente buscando a uno de sus líderes para hacerse un selfie.

Contrastes

Y si eso ocurría entre la extensa parroquia de anónimos delegados, el esquema se reproducía a escala gigante entre los dirigentes que tenían asegurado un puesto en la ejecutiva o en el comité federal, los que aspiraban todavía a tenerlo y los que lo tenían o lo tuvieron, pero sabían que no lo iban a tener. El alcalde de Valladolid, Óscar Puente, nuevo portavoz del PSOE y hasta hace tres días un perfecto desconocido para la mayoría, casi levitaba de gozo y satisfacción, prestándose a cualquier petición de foto. Y, al contrario, dirigentes que hace no mucho eran vacas sagradas en el partido deambulaban sin rumbo sin que nadie les hiciera caso. A los otrora incontenibles parlanchines Lambán o Page costaba arrancarles una palabra porque se habían quedado mudos. Más fácil lo tuvo Felipe González, que se apuntó al plasma para despachar el congreso en un minuto sin nombrar a Sánchez, y hasta Zapatero y Rubalcaba, que aparecieron fugazmente en el estreno del congreso flanqueando a Sánchez a una distancia prudencial y con gesto entre serio y triste, y luego desaparecieron. En el caso de Susana Díaz, habría preferido hacerse directamente invisible, pero, consciente de que no era posible, prefirió sentarse en las últimas filas con la esperanza de pasar desapercibida.