Podemos llega a su tercer aniversario desencajado por la guerra Iglesias-Errejón

ander azpiroz MADRID / COLPISA

ESPAÑA

Víctor Lerena | EFE

Tendrá que optar en febrero entre nuevos electores o afianzarse como partido protesta

15 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tres años dan para mucho, al menos en Podemos. Para lo bueno y para lo malo. En el apartado de lo positivo figura el haberse erigido en tercera fuerza nacional o formar parte de gobiernos como los de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz o A Coruña. Ninguna otra fuerza política de nuevo cuño había conseguido, ni por asomo, un hito semejante. Estos resultados electorales, sin embargo, no ocultan los fracasos que han discurrido en paralelo. Desde sus inicios Podemos se puso el listón en lo más alto: gobernar España en el plazo de unos meses. No solo no ha logrado «asaltar los cielos», sino que además no ha sido capaz de superar a un PSOE que atraviesa por los momentos más bajos de su historia. No obstante, lo peor ha llegado en los últimos meses con el estallido de una guerra entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón que amenaza, incluso, la unidad del partido.

Podemos se presentó en sociedad el 17 de enero del 2014 en un pequeño teatro del barrio madrileño de Lavapiés. A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron y la formación se vio obligada a «correr mientras se ataba los cordones» debido a un calendario repleto de convocatorias electorales. El primer reto fueron las europeas de mayo del 2014, donde Podemos dio la campanada al enviar cinco representantes a la Cámara de Estrasburgo. Después llegaron el proceso fundacional de Vistalegre y la proclamación de Iglesias como secretario general, el baño de masas en la Puerta del Sol de enero del 2015 y el triunfo en las municipales en varias de las principales ciudades. Las generales de diciembre de ese año fueron el primer encontronazo con la realidad. No logró superar a los socialistas y el camino se puso cuesta arriba.

El detonante de fondo

El detonante de la guerra interna que sacude Podemos fue la destitución de Sergio Pascual como secretario de organización. La decisión de Iglesias, que no consultó a Errejón, fue el primer síntoma de que la relación entre ambos se resquebrajaba. De fondo estaban las diferencias sobre permitir un Gobierno en minoría de PSOE y Ciudadanos o profundizar en la relación con IU, dos decisiones de calado sobre las que el secretario general acabó por imponer su criterio. El fiasco de los comicios de junio acabó por aflorar todas las tensiones internas.

De la asamblea ciudadana de febrero saldrá un Podemos diferente y con una nueva estrategia, dentro de la cual deberá quedar definida la línea ideológica. Esto significa mantener la transversalidad que abandera Errejón o dar el giro a la izquierda que reclaman los anticapitalistas y que tras la derrota de junio apoya también Iglesias. En palabras de los errejonistas, se trata de abrirse a nuevos electores o anclarse en las posiciones de un partido protesta. Si para las corrientes más a la izquierda los desahucios no se paran desde los salones del Congreso, para los sectores más moderados en la calle se puede evitar un desalojo, pero nunca todos.

La posición que se adopte tras Vistalegre II tendrá su reflejo en la actividad parlamentaria, un terreno en el que los socialistas han cobrado ventaja sobre el partido morado a la hora de sacar adelante iniciativas sociales.

Descentralización

En el plano organizativo, el camino hacia la descentralización parece más despejado. La cuestión es hasta dónde. Dirigentes como la andaluza Teresa Rodríguez reclaman una autonomía total respecto a Madrid. Iglesias admite que sus competencias como secretario general se vean recortadas, pero tampoco está dispuesto a convertirse en un dirigente títere. Todas las corrientes afirman su voluntad de encontrar una solución consensuada, aunque ninguna ha aclarado hasta ahora en qué está dispuesta a ceder. El último gran reto que se le presenta por delante al partido morado es el de la reconciliación entre sus sensibilidades internas en general, y entre Iglesias y Errejón en particular. La forma en que se resuelvan todas estas cuestiones marcará el futuro de Podemos.