La imagen de Iglesias se desploma tres años después de entrar en la política

Ander Azpiroz / Colpisa MADRID

ESPAÑA

BENITO ORDOÑEZ

Ya es el segundo líder peor valorado y se enfrenta a su mayor contestación interna

09 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tres años después de desembarcar en la política, la imagen de Pablo Iglesias atraviesa su peor momento, tanto de puertas afuera como en su partido. No suscita el respeto entre sus adversarios, las encuestas constatan su desplome a los ojos de la ciudadanía y en los medios de comunicación encuentra menos eco. Al mismo tiempo, se enfrenta a una rebelión en toda regla en la que los errejonistas acaparan el apoyo de un 40 % de la militancia y un tercio del consejo ciudadano del partido. Iglesias mantiene unas pésimas relaciones con las direcciones de PP, PSOE y Ciudadanos. Es obvio que por razones ideológicas la empatía con los populares es inexistente, pero actitudes como la de señalar a su bancada para decir que «hay más delincuentes potenciales en esta cámara que ahí fuera» tampoco han sido una ayuda.

Cambio de papeles

Con los socialistas hubo un buen comienzo pese a su competencia por ser el referente de la izquierda. Las negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez o el acusar Felipe González de tener «las manos manchadas de cal viva» volaron los puentes. La relación de Iglesias con la gestora que preside Javier Fernández y con Susana Díaz es inexistente, aunque algunos socialistas apuestan por hacer borrón y cuenta nueva de cara al futuro.

Con Ciudadanos también hubo una buena sintonía inicial por aquello de que ambas eran fuerzas emergentes, pero enseguida afloró que el buen rollo era de cartón piedra y la sintonía con Albert Rivera quedó reducida a cenizas. Lo demuestran sus choques en el Congreso, de los que un ejemplo es el «vaya gilipollas» que se le escapó al dirigente liberal durante una intervención de Iglesias en la que trató de resaltar la escasa preparación de Rivera. Esta falta de sintonía con el resto de fuerzas contrasta con el buen cartel de Íñigo Errejón, que, como portavoz, tiene que negociar con el resto del arco parlamentario y templar gaitas con todos. Pero esta diferencia no quita el sueño a Iglesias que ya ha zanjado que él no se sienta en el Congreso para hacer amigos.

A nivel ciudadano también es evidente el desgaste. Las encuestas que a comienzos del 2015 le colocaban como el dirigente mejor valorado ahora le dan la espalda. Según el último estudio del CIS, es el penúltimo líder y solo Mariano Rajoy obtiene peor nota.

Una de las claves en el bum de Podemos fue su soltura ante los medios de comunicación. Su escalada hasta convertirse en tercera fuerza no se explica sin su exposición mediática. Iglesias, sin embargo, ha declarado la guerra al mensajero, al que acusa de lanzar campañas cuyo único objetivo es perjudicar a Podemos. Sus ataques han llegado incluso a lo personal. El resultado, anecdótico pero significativo, es que recibió el premio de Castigo para la prensa que cada año concede la Asociación de Periodistas Parlamentarios al político más hostil con los informadores.

El líder ya no es intocable

Con todo, el mayor quebradero de cabeza para Iglesias está en su casa. Desde octubre del 2014 ganó por goleada todas las consultas que ha propuesto a la militancia. En la última, sin embargo, apenas logró imponerse a los errejonistas por 2,4 puntos y 2.400 votos de un total de 100.000. Todos en Podemos le quieren al frente del partido, pero ya no es intocable. Muchos se atreven ahora a criticarlo en público mientras las bases se dividen a partes iguales entre el secretario general y el secretario político. Un cuadro inimaginable hace tres años.

En Podemos no ignoran del desgaste de su secretario general y se reconocen los errores propios. El mismo Iglesias ha admitido en más de una ocasión haberlos cometido y no ha tenido reparos en pedir disculpas. Los vicios y malas formas de la vieja política, la casta que tanto se criticó en los albores de Podemos, se ha instalado en un partido con apenas tres años de vida.