Un negociador flexible y hábil, con experiencia en Europa

j. c. martínez / s. carreira REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

Juan Carlos Hidalgo | EFE

Tiene un mes para presentar la nueva selectividad y seis para conseguir un pacto educativo

04 nov 2016 . Actualizado a las 07:37 h.

Íñigo Méndez de Vigo (Tetuán, 1956) entró en el Gobierno en el verano del 2015, en tiempo de descuento y para apagar todos los fuegos que dejó a su paso José Ignacio Wert. Desde entonces, con el plus de interinidad de este año, el ahora reforzado ministro y portavoz ha dado muestras de ser un excelente negociador, flexible pero con autoridad, y ha ido desmontando la Lomce poco a poco sin mostrarse débil.

Frente al estilo abrupto y escasamente dialogante de Wert, Méndez de Vigo representa un cambio radical, a pesar de que ambos pertenezcan a la rama democristiana del partido. Ha recibido algún premio, como el de la Asociación de Periodistas Parlamentarios al mejor eurodiputado (2003), que avala su capacidad para comunicar. Ahora mismo la educación es uno de los primeros asuntos para los que los partidos proponen un pacto de Estado que dé estabilidad al sistema, de modo que no se ha exigido al nuevo ministro un proyecto propio, sino diálogo y suficiente ambigüedad. Méndez de Vigo suma a esas características un profundo conocimiento del protocolo, un trabajo intenso y las maneras propias de un aristócrata que, a veces, deja escapar en forma de altivez.

Para tomar la cartera que dejó Wert, Méndez de Vigo abandonó la Secretaría de Estado para la Unión Europea, un puesto más adecuado a su experiencia. El ministro se licenció en Derecho en la Complutense de Madrid en 1978; ganó la oposición a letrado de las Cortes en 1981 y en 1982, con 26 años, fue nombrado director de Relaciones Interparlamentarias de las Cortes Generales. De la mano de Marcelino Oreja inició su carrera europea: cuando el político vasco fue nombrado secretario general del Consejo Europeo, Méndez de Vigo lo acompañó como consejero especial. En 1991, ya integrado en el PP, resultó elegido eurodiputado, que repetiría en las siguientes cinco elecciones europeas. Ha sido miembro de numerosas comisiones parlamentarias, entre ellas la que redactó el proyecto de constitución europea en el 2003. Del Parlamento de Estrasburgo le viene su relación con José Manuel García-Margallo, ya exministro de Exteriores, con quien ha escrito libros de política europea.

Hijo de la condesa de Areny y de un militar ayudante de Franco, es barón de Claret, título procedente de su abuela materna, la escritora de novelas rosas Carmen de Icaza; de su padre heredó la sangre de la reina María Cristina de Borbón. Estudió en el Colegio Alemán de Madrid, donde aprendió tres idiomas. Está casado con María Pérez de Herrasti y Urquijo, hija del marqués de Albayda y prima del extitular de Defensa Pedro Morenés. Una hermana del ministro, Beatriz, ejerce como secretaria general del Centro Nacional de Inteligencia.

Labor titánica

¿Cómo será su trabajo al frente de Educación? Titánico. Tiene menos de un mes para redefinir la prueba de acceso a la universidad de tal forma que parezca distinta a la selectividad anulada por la Lomce pero lo suficientemente parecida para no enfadar a los colectivos con los que en medio año quiere llegar a firmar un pacto por la educación. Esta será su prueba de fuego, y si consigue cuadrar las competencias del Estado y comunidades; acomodar la asignatura de Religión (académica con el PP, voluntaria con el PSOE); apoyar sin rechazos a los colegios que segregan por sexo; y modernizar el tipo de enseñanza sin que los sindicatos lo conviertan en su diana, será un héroe nacional. Después solo le quedará arreglar el desbarajuste de las becas, pero eso, si la economía mejora, parece más fácil.

Aplicar las recetas del comité de sabios para la universidad y rebajar el IVA cultural son las otras tareas que probablemente querrá pero no podrá acometer.

En cuanto a la tercera pata de su ministerio, el deporte, habrá que ver si logra mantener a Miguel Cardenal como secretario de Estado y, por tanto, prolongar la línea dura en la fiscalización de controvertidas federaciones como, por ejemplo, la de fútbol de Ángel María Villar.