Ideólogo de la amnistía fiscal que lidera la batalla contra el déficit

Ana Balseiro
ana balseiro MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

BENITO ORDÓÑEZ

Aunque redujo el desequilibrio público heredado de Zapatero, tiene pendiente cumplir lo pactado con Bruselas

04 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cristóbal Montoro (Jaen, 1950) vuelve a ser el guardián de la caja del dinero y de las tijeras en este segundo Gobierno de Rajoy. Frente a los pronósticos que hacían excluyente su continuidad en el cargo con la de su homólogo de Economía, Luis de Guindos -más que sonadas sus profundas y recurrentes desavenencias-, Montoro se ha ganado un puesto en el nuevo Ejecutivo llevando bajo el brazo unos Presupuestos Generales del Estado inminentes y espinosos, cuyas tripas nadie conoce mejor, y un ramillete de retos pendientes de cumplir, especialmente con Bruselas.

Catedrático de Hacienda Pública, secretario de Estado y ministro de Hacienda con Aznar, además de eurodiputado, su currículo se amplía ahora repitiendo en una cartera de la que pierde las competencias sobre Administraciones Territoriales, aunque mantiene las de Función Pública. Nada de vicepresidencia económica, una aspiración secreta que compartía con De Guindos.

El hombre de los recortes, encargado de llevar a la práctica, con resultados irregulares, el mantra de Rajoy de que «no se puede gastar no lo que no se tiene», tiene una hoja de servicios con claroscuros, marcada por su habilidad para enfadar a amigos y oponentes casi por igual.

Provocaciones y eufemismos

Entre sus polémicas más sonadas está la protagonizada con el mundo del cine a cuenta del IVA cultural. Pero a lo que su nombre quedará ligado es a la amnistía fiscal, pese a su empeño por cubrirla de eufemismos: desde «medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas» hasta «regularización de activos». En cualquier caso, la amnistía, que solo logró recaudar la mitad de lo previsto (unos exiguos 1.200 millones), tiene como cara de la moneda que ha permitido aflorar más riqueza oculta «que nunca», algo que ayer mismo recordaba el director de la Agencia Tributaria, y dar quebraderos de cabeza a más de uno, como Rodrigo Rato.

Otra muesca fue una reforma tributaria anunciada como ambiciosa y que quedó en pólvora húmeda: no logró revertir la subida fiscal con la que el Ejecutivo se estrenó tras prometer en campaña bajar los impuestos. Y echó de nuevo mano de los eufemismos. No hubo una subida fiscal, primero fue un «recargo temporal de solidaridad» y luego un «gravamen complementario».

Este amante de la ópera -siente debilidad por Beethoven- logró reducir las disparadas cifras del déficit público heredadas de Zapatero, pero, pese a los recortes, las subidas de impuestos (incluyendo el IVA) y la amnistía, no consiguió que las cuentas públicas cumplieran ni una vez los objetivos fijados por Bruselas. De hecho, ahora tendrá que implementar medidas para arañar 5.500 millones exigidos por la UE, que alertó -sin éxito- de que no era momento para bajar impuestos. El ministro vuelve con sus tijeras.