Dos discursos y dos velocidades en Génova para exigir responsabilidades

G. B. MADRID / LA VOZ

ESPAÑA

Fernando Alvarado | efe

Mientras Rajoy y otros históricos defienden de primeras a cualquier miembro en problemas, los nuevos no dudan en censurar la corrupción

16 sep 2016 . Actualizado a las 07:25 h.

El caso Rita Barberá pone de manifiesto la convivencia en el PP de dos y hasta tres sectores distintos del partido que, estando de acuerdo en la necesidad de apartar a aquellos dirigentes implicados en casos de corrupción, utilizan tiempos y discursos muy distintos para ello. Mariano Rajoy, que lleva 35 años militando en el PP y 12 como presidente, y que por tanto mantiene una relación personal, en algunos casos incluso de amistad, con muchos de los que ahora han sido apartados o han tenido que dimitir de sus cargos, optó desde hace tiempo por defender en principio a cualquier dirigente en problemas y, solo cuando resulta ya inevitable, forzar su renuncia voluntaria a la militancia o al cargo sin criticarlos públicamente y sin que tengan que ser obligados a ello por el partido. Un modelo que comparten otros dirigentes históricos como Javier Arenas y, con matices, algunos barones autonómicos.

Frente a esa posición, que obliga en muchas ocasiones a Rajoy a huir de la prensa para no pronunciarse, está la de los nuevos dirigentes incorporados a la dirección por el propio Rajoy que, por edad, se sienten libres de cualquier atadura con el pasado. Y que no dudan por ello en descalificar a cualquiera que se vea implicado en casos de corrupción o comportamientos poco ejemplares, y en exigirles públicamente que renuncien al cargo y a la militancia, sin esperar a que sean ellos quienes tomen esas decisiones. Este grupo es el que ejerce de punta de lanza contra los implicados en la corrupción sin que Rajoy se tenga que pronunciar. Es lo que está sucediendo en casos como el de Rita Barberá, en los que el secretario de Acción Sectorial, Javier Maroto, o la vicesecretaria de Estudios y Programas, Andrea Levy, son los más contundentes a la hora de descalificar su comportamiento y exigirle responsabilidades.

A medio camino, es decir, marcando una clara distancia con los implicados, pero sin llegar nunca al ataque personal, se encuentran figuras de la máxima confianza de Rajoy, como María Dolores de Cospedal y otros, que no se hacen responsables de lo que haya podido ocurrir en el partido en el pasado, marcan distancias con todo lo anterior, pero prefieren que la depuración se lleve a cabo sin necesidad de atacar personalmente a sus excompañeros, entre otras cosas para no dar argumentos a los rivales. El tiempo está demostrando que los tiempos de Rajoy son excesivamente lentos como para que el discurso regeneracionista del PP resulte creíble. Que los De Cospedal pueden ser también insuficientes. Y que la presión de quienes quieren romper con todo lo que huela a corrupción en el partido, caiga quien caiga, es cada vez mayor. Lo sucedido ayer en las Cortes valencianas es una muestra de ello. Mientras Rajoy aún no ha dicho una palabra contra ella, y Cospedal se da por contenta con la renuncia a la militancia, el nuevo PP valenciano le exige que devuelva inmediatamente su acta de senadora.