La asesina confesa de Carrasco justifica el crimen por el «acoso» a su hija

Mateo Balín / Colpisa MADRID

ESPAÑA

Diario de León

Monserrat González, que será la primera en declarar en el juicio, busca exonerar a su hija, Triana Martínez

19 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Montserrat González lleva 20 meses en prisión provisional. Está recluida junto a su hija Triana Martínez en el Centro Penitenciario de Villahierro (León), acusadas de planificar y ejecutar el asesinato de la presidenta de la Diputación, la popular Isabel Carrasco, el 12 de mayo del 2014. Ambas fueron detenidas la misma tarde del crimen en el centro de la capital leonesa y desde entonces han visto pasar los días en la cárcel, a la espera del juicio que comenzó el lunes.

De 60 años, esposa de un inspector de la Policía Nacional y militante en su momento del Partido Popular, González será la primera de las tres procesadas en declarar este martes en la vista oral. La atención de sus palabras recaerá sobre el jurado popular, que deberá de determinar su grado de responsabilidad. Lo tiene más que complicado, ya que en su momento se declaró la autora confesa de los tres disparos que mataron a Carrasco, de 59 años. Sin embargo, tratará de jugar sus bazas para rebatir los indicios concluyentes del fiscal, quien pide 23 años de prisión para ella y las otras dos procesadas, su hija Triana y la policía local Raquel Gago, por asesinato con alevosía y tenencia ilícita de armas.

Su estrategia de defensa, por lo tanto, se centrará en convencer al tribunal del jurado constituido el lunes, formado por cinco hombres y cuatro mujeres, de entre 34 y 65 años, provenientes de toda la provincia leonesa, de que el crimen tuvo un único motivo: el «acoso y la persecución» que la presidenta de la Diputación desde el 2007 y del PP provincial ejercía sobre su hija, de 35 años. La razón de fondo eran unas diferencias laborales en la institución provincial, donde Triana trabajó como técnico, que acabaron en lo político (esta era afiliada al PP) y en lo personal, según la defensa de Montserrat González, para quien «Carrasco estaba causando un mal innecesario siguiéndola por tierra, mar y aire».

Un crimen «casi perfecto»

Plantear este argumento, quizá, va más encaminado a que la autora confesa del crimen persiga sembrar el camino y tratar de exonerar a su hija que buscar su propia absolución. Esta solo sería posible si alega problemas mentales o una incapacidad para discernir sus actos, aunque los informes periciales son concluyentes: Montserrat estaba en sus cabales cuando disparó a Isabel Carrasco. Frente a este alegato estará el fiscal Emilio Fernández. Su escrito de acusación no deja lugar a la duda. Había «animadversión» entre las partes, cierto, pero aquí se juzga un asesinato con alevosía no si las «elucubraciones sobre la maldad intrínseca» de Carrasco justifica un acción tan horrible, según el acusador público.

Para el fiscal se trata de la historia de un crimen «casi perfecto», y en el ajo estaban madre e hija y la policía local Raquel Gago, de 41 años. El día del crimen, Monserrat González, vestida con una parka verde militar, visera, guantes, gafas de sol se acercó a la presidenta de la Diputación y le disparó tres tiros por la espalda a Isabel Carrasco, que acabaron inmediatamente con su vida. Montserrat guardó el arma en un pequeño bolso con bandolera y volvió sobre sus pasos. En un calle próxima al lugar de los hechos se despojó de la ropa y entregó el bolso con el revólver a su hija Triana, que a su vez guardó todo el material en otro de mayor tamaño, que supuestamente le había prestado su amiga Raquel Gago, agente de la Policía local de León. Según el sumario, tras recibir el bolso con el revólver, Triana se encontró con Raquel Gago, de servicio en ese momento, y lo metió con el arma en el vehículo de su amiga.

En libertad provisional desde hace un año tras pagar 10.000 euros de fianza, la defensa de esta amiga íntima de Triana solo contempla su absolución. Su abogado defiende que no conocía el plan del crimen y que su cliente sufrió un «bloqueo» en las horas posteriores a los hechos, cuando ocultó su encuentro con las otras dos procesadas momentos antes del asesinato y guardó durante 30 horas el arma con la que se efectuaron los disparos.