Campaña insólita con Bertín, Motos y Calleja

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

29 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Que estas elecciones iban a ser distintas, lo sabíamos por el cambio de candidatos. Ya no están, como en el 2011, Rubalcaba, Rosa Díez o Cayo Lara. Y emergen con fuerza Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Que la campaña iba a tener debates de todo tipo, a dos, a tres, a cuatro o a seis candidatos, lo intuíamos. Pero que los principales líderes se pasearían con soltura, audacia y hasta con arrojo por los programas de Bertín Osborne, Pablo Motos, María Teresa Campos o el intrépido Calleja era difícil de imaginar. La ciudadana, sorprendida, se ha divertido. Los más ofendidos han sido muchos periodistas sesudos molestos porque Bertín, con su simpatía contagiosa, les haya arrebatado las codiciadas piezas en la cacería electoral. Osborne canta lo justo para ser cantante, pero arrolla ante las cámaras y en la vida real con su simpatía; y eso no se estudia en conservatorios ni en facultades de periodismo.

Pedro Sánchez abrió el camino y pagó el precio de los exploradores. ¿A quién se le ocurre acudir al Hormiguero a tirar unas canastas de baloncesto, ademas de ser entrevistado? Los mismos palmeros mediáticos que lo criticaron por frívolo, se vieron en la obligación de defender a Soraya Sáenz de Santamaría cuando meses después bailó en una coreografía muy digna con Pablo Motos. De la Soraya con imagen de sabelotodo pasamos a descubrir a una eventual compañera divertida para una fiesta mayor de pueblo. Y si Pedro Sánchez escaló el peñón de Ifach en un alarde de temeridad, Soraya se subió en globo con Calleja y rozaron la copa de un árbol. Dios ejercía aquel día en Santiago. Para audacia, sin embargo, la de Albert Rivera, que se estrenó en las elecciones catalanas de hace nueve años desnudo como vino al mundo para dejar claro que no llevaba ropajes, ni porcentajes (del 3 % entiende) y que podía enseñarlo todo.

Este desembarco de políticos en programas de gente corriente, advirtiendo que son uno más, acaso le haya resultado más incómodo a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón, ahormados en la tradicional liturgia de la izquierda trascendental, que sonríe con menos frecuencia y entusiasmo. Pero si hay que ir se va. Y donde los invitaron, fueron.

Puestos a sorprender, Mariano Rajoy no se ha quedado atrás y se fue de comentarista deportivo de la Champions a Tiempo de juego, con Paco González y Manolo Lama como interlocutores, y con su hijo como acompañante. La colleja entre bromas a su vástago, tan criticada por algunos, lo humanizó. Rajoy actuaba de padre, algo tan eficaz en imagen, como cuando Pedro Sánchez soltó en Antena 3 lo de «hemos ido con mi mujer a comprar los libros de texto para mis hijas, nos hemos gastado 400 euros y apenas hemos podido aprovechar los de una para la otra y eso que solo se llevan dos años». Si eso no es pedir un pacto de Estado por la educación desde la familia para que no cambie la ley con cada ministro y los libros cada septiembre, se le parece mucho.

Lo que vivimos en esta campaña es la creación de un relato distinto a las anteriores, en el que los políticos tratan de reducir la insoportable distancia establecida con los ciudadanos derrochando ahora simpatía. De Pedro Sánchez siempre se dijo que era un tipo cercano, y sin duda gracias a eso y a su incansable trabajo ganó las elecciones primarias en su partido. De Rajoy sabíamos quienes lo tratamos de su gusto por la ironía, pero su entorno lo había embalsamado hasta el punto de hacerlo inalcanzable para cualquier periodista, y más para los ciudadanos. La irrupción de su nuevo director de campaña, Jorge Moragas, que es también director del gabinete de Presidencia, le ha proporcionado dos elementos vitales para su recuperación pública: la internacionalización y la proximidad. El Rajoy estadista sumado al Rajoy sencillo. Tarde, pero llegó. Lo malo es que por medio golpeó la masacre de París y cambió el tablero internacional. Francia espera que enviemos soldados a Mali y Felipe González ha irrumpido en la campaña para decir que «hay demasiada gente mirando para otro lado». Si dice demasiada es porque seguramente incluye a los suyos. Estamos en una lucha despiadada contra el calendario. El 20D es el pórtico de otra época. No lo duden.

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