Don Felipe y doña Letizia, en el reino del «takoyaki» y el kebab

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade MADRID / ENVIADO ESPECIAL

ESPAÑA

Gastronomía plebeya, cine, conciertos y «gin-tonic», en la agenda monárquica

18 jun 2014 . Actualizado a las 16:48 h.

«Acabo de ver a Felipe y Letizia cenando en la Cantina del Matadero». Este mensaje de Twitter se viralizó por la Red en mayo cuando los príncipes de Asturias celebraron su décimo aniversario de boda mezclados con el pueblo en la sencilla Cantina del Matadero, un centro de creación contemporánea muy de moda en Madrid. Enseguida, este otro tuit: «No se habrán dejado más de 30 euros entre los dos. Campechanía absoluta».

Chan es propietario del restaurante chino Rey de Tallarines. Aquí no hay manteles de lujo. Solo mesas de formica, azulejo esmaltado y apenas decoración. Es como cualquier tasca gallega, pero la pasta se amasa aquí dos veces cada día, a la vista del cliente. «Los príncipes se sentaron en una mesa interior y compartieron tallarines fritos con verduras», detalla Chan. De segundo, langostinos a la plancha. De Huelva, «casi tan buenos como los de Chindá», patria de Chan. De postre, café.

Hace ya bastantes meses que Felipe VI y esposa se dejan ver, mezclados con el pueblo llano, en restaurantes, coctelerías o cines de Madrid. Y muchos en la capital se preguntan por qué dos personas que tienen sala de proyección privada en la Zarzuela prefieren zamparse un cartón de palomitas en un multicine. Eso sí, en la última fila para no llamar mucho la atención y rodeados de escoltas. Los Renoir, con pelis en versión original, están entre sus favoritos. Para ir a cenar no desempolvan precisamente la Guía Michelin, sino que escudriñan las páginas más recónditas de la Guía del Ocio, lo que tiene perplejos a los lugareños.

Entre samuráis

En cuestiones culinarias parece evidente el tirón de doña Letizia, que ha ganado a su marido para la causa mesonera. Es ella la que traza la ruta, y de hecho está visitando locales a los que ya acudía de soltera con sus amigas.

«Sí, sí, ella ya venía por aquí cuando era periodista, pero ahora ha traído al príncipe», confirma Ken, que es hijo del propietario del restaurante japonés Musashi, a un paso de Ópera. Abierto desde 1991, la princesa conoce bien los secretos «del takoyaki, un plato de harina y pulpo», ilustra Ken. La pareja tampoco perdona el sushi y el sashimi, y poco parece importarles la sencillez del local, de nuevo con mesas de formica, que aquí sujetan réplicas de armaduras samuráis.

«Fueron ellos los que nos dijeron si queríamos hacernos una foto juntos al terminar la cena», expone Ken mientras muestra el trofeo, que ocupa un lugar de honor en el restaurante. ¡Ah!, y por supuesto, pagan la cuenta, que no está el tema como para andar invitando a la aristocracia. Los «siete u ocho escoltas que se quedaron en la barra», también.

En la terraza exterior devoran sushi Mónica y Roberto, mexicanos. «No me lo creo», responde él cuando se le ilustra sobre el valor regio de la silla en que está sentado. Se levanta como si le hubiesen picado las hormigas. «¿Y qué dices que comieron?», inquiere.

El gusto ecléctico de doña Letizia es un repaso gastronómico al planeta. En el listado aparecen varias referencias italianas, como la pizzería Emma y Julia, la hamburguesería Alfredo?s, el kebab Ebla o el restaurante Lamucca de Pez, especializado en cocina internacional. En él estuvo con un grupo de amigas «hace un par de meses», confirma Alfredo, uno de los encargados. Las especialidades del local, tataki de atún rojo y pizza de boletos con aceite de trufa. «Viene con una actitud muy normal. El 80 % de los clientes ni se enteraron de que estaba», agrega.

Pero estos tiempos de solaz parecen tocar a su fin. La cuestión ahora es saber si esta incursión cortesana en la vida del pueblo tiene fecha de caducidad mañana, jueves. ¿Tendrá la misma libertad doña Letizia como reina consorte que como princesa de Asturias y podrá seguir imbuyendo a su marido de cultura plebeya?

Los propios responsables de los locales de ocio se inclinan a pensar que se han acabado, por ejemplo, los cócteles en José Alfredo. «Aquí vienen alguna vez y suelen tomar gin-tonic», asegura Andrés, que atiende la barra. Bueno, «ellos y sus amigos, porque los de seguridad toman agua», matiza. Y si se han terminado para siempre los gin-tonic, lo probable es que vayan desapareciendo también los conciertos en La Riviera, junto al Manzanares, y esas noches plebeyas de tasca universal, aunque los propios madrileños se resistan a creerlo.