Eduardo Madina, veneración por el socialismo

P. H. Madrid / Colpisa

ESPAÑA

JuanJo Martin | Efe

Su perfil, algo más a la izquierda que los actuales cuadros del PSOE, suscita dudas

15 jun 2014 . Actualizado a las 11:43 h.

Si de Eduardo Madina (Bilbao, 1976) hubiera dependido, probablemente nunca habría ocupado un cargo en el PSOE. El diputado, hoy número dos del Grupo Socialista, siente auténtica veneración por su partido, por su trayectoria, por sus dirigentes históricos y por sus logros. Tanto que, en ocasiones, eso le ha hecho dar un paso atrás, abrumado por lo elevado de la tarea, cuando todos reclamaban que lo diera al frente.

Dijo no a ser secretario de Estado con José Luis Rodríguez Zapatero porque creía que era demasiado joven e inexperto, rechazó aspirar a la secretaría general en el 2012 cuando apenas había un alma en el partido que no le empujara a hacerlo, declinó luego ser portavoz en la Cámara baja, y también descartó ir de número uno en la lista europea. En el último año y medio, Madina ha trabajado intensamente en un proyecto de «transformación histórica», del que aún no se conoce nada, con un equipo del que forman parte, entre otros, el exsecretario general de Presidencia y diplomático Bernardino León, el hombre al que la embajada estadounidense demostró tener en altísima estima al calificarle como chico de oro del Ejecutivo en un informe secreto de 2009.

Sus remilgos a ocupar puestos destacados no siempre han sido bien entendidos. Algunos lo achacan a cierta fragilidad de carácter. Otros a un exacerbado sentido de la responsabilidad. Sus defensores dicen que calificar de débil a quien ha sido capaz de sobreponerse a un atentado de ETA que lo dejó sin pierna (el dolor físico aún lo tortura) es osado. Licenciado en Historia, lector empedernido, cultivado, adicto a la música (el rock alternativo), tiene habilidad para imprimir épica a sus discursos. Posee experiencia en los debates parlamentarios y también en la negociación política. Su perfil, algo más a la izquierda que los actuales cuadros del partido, suscita dudas entre quienes sostienen que hay que saber hablar también el lenguaje de las empresas.