Europa del Este, el reducto de la ilusión europeísta

Úrsula Moreno BERLÍN / CORRESPONSAL

ESPAÑA

La excepción son Hungría y la República Checa, donde triunfa el euroescepticismo

16 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando se cumplen diez años del «big bang europeo», la mayor ampliación en la historia de la Unión Europea, con la incorporación de diez nuevos socios, todos miran con atención hacia el Este. Es de esperar que el 25-M haya aquí muchos más interesados en acudir a las urnas que entre sus vecinos occidentales, y es que, pese a que la renta per cápita en estos países sigue siendo mucho más baja, se mantiene el «hechizo de Europa». Francisco Martínez, antropólogo español que trabaja en la Universidad de Tallin (Estonia), explica a La Voz que «para los países bálticos, entrar en la UE significaba asegurar su independencia y tomar un camino elegido por ellos mismos». Estonia es uno de los tigres bálticos, cuya economía creció un 12 % después de incorporarse a la UE hasta que fue golpeada por la crisis.

Ante la crisis en Ucrania y el temor al neoimperialismo de Rusia, los Estados bálticos o Polonia valoran especialmente la estabilidad conseguida durante la última década y los valores europeos. «El factor ucraniano aumentará la participación electoral en Estonia, por un lado como una forma de reafirmar la identidad europea, por otro, debido a cierta histeria por lo acontecido históricamente», apunta este investigador murciano que lleva diez años viviendo en el este de Europa.

Los objetivos polacos

El euroescepticismo, con la excepción de Hungría o la República Checa, no ha llegado al Este. Sobre todo en Polonia temen lo que tienen que perder si miran la situación de países vecinos como Bielorrusia o Moldavia, y especialmente Ucrania. El 89 % de los polacos está a favor de pertenecer a la Unión Europea. Polonia se considera uno de los ganadores de la ampliación, con exportaciones que se han cuadriplicado en la última década y un PIB que ha aumentado más del 50 %.

Comparte más de 500 kilómetros de frontera con Ucrania y es el país más grande y de más peso económico de los que ingresaron hace una década al club europeo.

Ahora bien, ¿tiene Varsovia tanto que decir como París o Berlín en política europea? Cada vez más. «Analistas e intelectuales ven a Polonia como puente entre Rusia y Occidente, como elemento comunicador», explica la experta Katarzyna Stoklosa. Las relaciones de Polonia con Alemania se han normalizado y su apuesta por el modelo cultural y económico europeo ha merecido la pena. Muchos de los dos millones de polacos que emigraron hacia el resto de Europa durante la pasada década están regresando.

En el este de Europa prefieren mirar a Bruselas que hacia Moscú, con una clara excepción, Víctor Orban, el primer ministro húngaro que «después del 2004 desarrolló un nacionalismo, xenofobia y antisemitismo, que resultan muy preocupantes», en palabras de Stoklosa. El factor ucraniano aquí no jugará ningún papel, asegura por su parte la germanista Krisztina Kult: «El Gobierno tiene demasiada influencia sobre los medios y Orban mantiene muy buenas relaciones con Rusia».

A la escasa información que llega sobre Ucrania, «se suma que se celebraron elecciones parlamentarias hace un mes y la gente no está interesada en volver a votar». El populista conservador Fidesz obtuvo entonces dos tercios del Legislativo, gracias no solo a la popularidad de Orban, «sino también a la reforma de la ley electoral, que se hizo a su medida», explica esta investigadora que vive en Budapest. «No me puedo imaginar que vaya a haber una gran afluencia a las urnas», concluye.

Eslovaquia y la República Checa se han beneficiado de la UE, pero mientras que los checos se siguen aferrando a su corona y son alérgicos a las órdenes de Bruselas, los eslovacos hace cinco años que pagan en euros y se han convertido en bastión de la industria automotriz. «Mientras que para los checos sigue siendo importante sentirse distintos, Eslovaquia se separó de Chequia y busca un socio, una identificación con Europa», explica Stoklosa.

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