Cataluña, ¿es posible independencia sin solvencia?

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

Hay diálogo y conversaciones secretas de gente importante. Tratan de evitar una fractura dañina para todos

15 dic 2013 . Actualizado a las 15:41 h.

Dos instantáneas resumen el paso adelante de una representación política muy importante de Cataluña en el proceso hacia la independencia: primero, el grupo de dirigentes en torno a Artur Mas que han pactado la doble pregunta -¿Quiere que seamos un Estado? ¿Quiere que sea independiente?- y, después, el abrazo de Artur Mas y Jordi Pujol cuando el actual presidente llega a la sede de su partido después de dar a conocer la doble pregunta. Dos instantáneas de emoción que, sin embargo, no reflejan toda la verdad de lo que pasa. Y en los días siguientes, portadas de periódicos, por lo general eufóricas en Barcelona y alarmistas en Madrid, reproduciendo esas dos fotografías que resumen solo una parte de la verdad.

¿Qué hay tras la primera imagen que no se aprecie? Una discrepancia seria entre algunos de los firmantes, la lógica incomodidad de Joan Herrera -Iniciativa per Catalunya- porque su imagen pasa a ser más independentista que social, y la profunda soledad de Artur Mas. El presidente catalán sabe que no habrá consulta y que todo terminará en elecciones plebiscitarias con victoria de Esquerra Republicana que significarán su retirada de la política. Por el camino lo halagarán como si hubiera protagonizado una tarea histórica, halagos para que aguante y para disimular lo que es en realidad: un fracaso de percepción y estrategia. El primer fracaso, la convocatoria anticipada de elecciones en las que buscaba la mayoría absoluta y acabó perdiendo doce diputados. Después, aquellas frases desafiantes sobre la consulta para concluir que tal consulta no es posible en el marco legislativo actual.

En ese trayecto, Europa ha ido pinchando los globos de la propaganda sobre una quimérica independencia catalana en el marco de la Unión. Independencia, de entrada, significará salir de Europa, de la OTAN, de los clubes de decisión occidentales y una hostilidad crediticia de los mercados que desconfían de las aventuras. Del modelo prometido de una Cataluña tipo Dinamarca, ya ni se habla. Estamos más cerca hoy de una proclamación de independencia unilateral a lo Kosovo, como último recurso. Y los catalanes, si lo piensan bien, no quieren balcanización. Sobre todo después de que Francesc Granell, exdirector general honorario de la UE, advirtiera que Cataluña puede convertirse en un estado fallido. Lo peor en todo esto es que Artur Mas conoce su destino y los pasos que va a seguir hasta su final y está resignado a ese calvario. Así es muy difícil reorientar la jugada.

La segunda foto, la del abrazo de los dos presidentes convergentes, oculta su distancia y su discrepancia. Es cierto que fue Pasqual Maragall el que comenzó a liarlo todo lanzándose por la vía de un nuevo Estatuto que la ciudadanía catalana entendía en aquel momento como su prioridad número once. El propio Jordi Pujol entendió que venía un temporal y no pudo evitarlo. Pujol es en el fondo independentista pero cree que todo esto no va a ningún lado bueno. Y, además, que se está haciendo mal. Discrepa de Artur Mas y ve con pesar que lo primero que se va a perder en esta partida es la hegemonía política convergente. Menudo negocio.

Los medios, de un lado y otro, salvo expresiones sensatas que las hay, calientan a su público. En Cataluña alientan la sensación de que España oprime y en España de que Cataluña es desleal y solo pide dinero para llegar a fin de mes. Queda ahí una pregunta dramática que nadie se atreve a formular: ¿Es posible la independencia sin solvencia? Sin solvencia económica -la deuda catalana, sin el amparo de España, estaría cerca del bono basura- y solvencia política. Los empresarios solo empezaron a moverse cuando Oriol Junqueras advirtió que paralizaría la economía catalana una semana para exigir la independencia. Jordi Pujol, de trayectoria tan europeísta, como para recibir el Premio Carlomagno no está de acuerdo en casi nada, pero no puede decirlo.

Por fortuna, el trafico de conversaciones entre Madrid y Barcelona crece. Lo aseguramos. Hay diálogo y conversaciones secretas de gente importante. Tratan de evitar una fractura dañina para todos que parece inevitable. Creen que todavía es posible. Ojalá.