Rico en patrimonio y pobre en disponibilidad

D. S. SANTIAGO / LA VOZ

ESPAÑA

04 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Lo tenía todo para disfrutar de su fulgente éxito en el mundo de los negocios, que le permitió amasar un patrimonio personal valorado en 15 millones de euros, sin necesidad de desgastarse políticamente en la Xunta por un suelo de 65.000 euros anuales bailando a diario con la más fea: la crisis económica. Pero aun así, Javier Guerra Fernández (Vigo, 1964) demostró su enorme compromiso con un Partido Popular del que forma parte desde sus tiempos mozos al aceptar en el 2009 el encargo de Feijoo para convertirlo en el carburador que iba a estimular desde el Gobierno los principales sectores sectores industriales: automoción, naval, textil, piedra o eólico.

La gestión desplegada por este licenciado en Económicas con máster MBA no la pudo coronar en política con los éxitos que cosechó como ejecutivo en compañías como DataBank, Gruppo Tessile, Steilman Ibérica, Alfico, Nike Iberia y Camper o en su propio grupo textil, El Secreto del Mar, que creció de forma imparable desde el año 2002. Se esforzó en prevenir cualquier tentativa deslocalizadora de Citroën, pero la planta de baterías de Mitsubishi le dio la espalda. También lo hizo el viento, un sector que estuvo casi paralizado durante cuatro años, pese a que había quien prometía que las palas metálicas de los montes iban a ser nuestros pozos de petróleo.

Por el Igape, ese poderoso instrumento para la promoción económica que Guerra tuvo entre manos, mejor pasar de perfil y no recordar siquiera su descabezamiento o la ristra de imputaciones vinculadas a la operación Campeón.

Sin duda Guerra bailó con la más fea, ¿pero quién no lo hizo en el Gobierno de Feijoo?. Le ocurrió algo similar a Beatriz Mato, la responsable política del paro, o a Rosa Quintana, la de los problemas lácteos. Ellas repiten y Guerra no.

El conselleiro vigués, al que le acompañó la buena estrella cuando ordenó las finanzas y redujo la deuda con el primer Gobierno local de Corina Porro, lo empezaron a desgraciar otros motivos. Le ocurrió que las pocas noticias positivas de su departamento, los contratos con Pemex o las gestiones con Petrobras, no eran tan imputables a él como a un asesor personal de Feijoo que ahora lo reemplaza como conselleiro.

Y le ocurrió que en los círculos empresariales siempre mostró poco apego al cargo, sugiriendo que podría estar de paso. Lo refrendó con su agenda de fin de semana, que solía reivindicar para sí, su mujer y sus dos hijos. Le faltó la disponibilidad para irse un domingo a la fiesta del grelo. Y eso políticamente tiene un precio.