Miles de personas despiden a los muertos en los terremotos de Lorca entre llanto y escombros

Colpisa

ESPAÑA

Los príncipes de Asturias, visiblemente emocionados, se funden en un abrazo con los familiares de las víctimas. Zapatero promete un «gran convenio de reconstrucción» para la ciudad tras comprobar la envergadura de los daños.

13 may 2011 . Actualizado a las 22:34 h.

Entre mareas de escombros, caravanas de personas sin rumbo cargadas con maletas y con mucho cansancio, la ciudad despidió hoy a sus muertos. Más de 3.000 lorquinos buscaron tiempo entre las ruinas de sus propias casas para dar su último adiós a los nueve fallecidos a los que el terremoto del miércoles sepultó. Personas a las que el seísmo enterró bajo esos mismos pesados cascotes que 48 horas después mantienen en estado catatónico a esta población de más de 90.000 almas, a la que ni la ayuda ni la solidaridad logran hacer recuperar el pulso.

El funeral tuvo lugar en un pabellón a medio construir en el recinto ferial de Santa Quiteria. No podía haber sido en otro sitio. Estas instalaciones, a escasos metros de la Huerta de la Rueda, la explanada convertida en improvisado 'campo de refugiados' para 6.000 personas, son las únicas de grandes dimensiones que aún se mantienen intactas en la ciudad tras el temblor de tierra.

Ni una sola de las 13 iglesias que tiene Lorca estaba en condiciones para albergar el oficio religioso.

Allí, en la nave industrial, bajo un techo del que en los últimos días no habían disfrutado mucho de los asistentes, Lorca dijo adiós para siempre a Antonia Sánchez, Juana Canales, Emilia Moreno, Juan Salinas, Raúl Guerrero, Domingo García, Rafael Mateos, Pedro José Rubio y María Dolores Montiel. No obstante, sólo cuatro de los féretros estuvieron presentes en el oficio, ya que el resto de las familias rechazaron participar en la ceremonia religiosa y prefirieron las despedidas en la intimidad.

Llantos

Los sollozos no se ahogaron con la llegada de los príncipes de Asturias, que presidieron el multitudinario acto, y que, nada más pisar tierra lorquina, se dirigieron a consolar al medio centenar de familiares y allegados de las víctimas mortales del temblor.

Durante el funeral -oficiado por el obispo de la Diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca Planes y otra decena de sacerdotes- se vivieron algunas de las escenas más duras de los últimos días, con familiares destrozados y todavía incrédulos.

El obispo tuvo palabras de coraje. Animó a los que antaño fueron sus parroquianos a afrontar el «golpe seco de la naturaleza y la inmensa tragedia de angustias y lágrimas» para hacer que «Lorca vuelva a su esplendor». El prelado, que felicitó a las administraciones públicas por su «diligencia» en esta desgracia, leyó un telegrama de Benedicto XVI, enviado por el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, en el que el Papa, además de mostrar su cariño a los afectados, instó a las instituciones públicas y personas de buena voluntad a mostrar su «solidaridad con las personas en dificultad».

El oficio religioso, al que acudieron José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro de Fomento, José Blanco, y los jefes de los ejecutivos murciano y valenciano, Ramón Luis Valcárcel y Francisco Camps, entre otras autoridades, solo fue paréntesis de cierto orden y recogimiento en el epicentro de un caos que se niega a ordenarse a pesar de tanto esfuerzo.

La visita de doña Letizia y don Felipe a los lugares más afectados, el mismo recorrido que horas antes había hecho Rodríguez Zapatero, sirvió para que constataran que dos días después Lorca se ve incapaz de retomar siquiera una normalidad aparente. Los príncipes dirigieron primero sus pasos al barrio de La Viña, el centro de la tragedia, donde vieron los restos del inmueble del número 4 de la calle Infante Juan Manuel, un edificio que se plegó como un acordeón y en el que milagrosamente salvaron la vida 17 familias.

Hatillos

Ni siquiera hubo una muchedumbre esperando a los herederos. Las calles de la otrora popular barriada de La Viña, salpicadas de los odiados puntos negros que señalan la más que posible demolición el edificio señalado, estaban casi desiertas. Sólo se veía alguna familia cargando hatillos o vecinos entrando a toda prisa en los inmuebles señalados con el punto rojo, que sólo permite unos minutos de estancia. Aunque también hubo temerarios que entraban en las casas marcadas de negro.

Don Felipe y doña Letizia también pasaron por la arteria de la ciudad, la Avenida Juan Carlos Primero, todavía jalonada de pedazos de cornisas por las aceras y cristales por doquier. Allí tampoco ningún comerciante, más allá de un par de quioscos y un bar, se atrevió a abrir su establecimiento. Un panorama que se asemejaba al de aquellas capitales europeas bombardeadas en la Segunda Guerra Mundial que los bomberos no daban abasto a desescombrar. Hoy, esa calle permanecía cerrada con los técnicos derribando fachadas y elementos arquitectónicos de varios edificios. Como no, completamente vacíos.

En el casco antiguo, el corazón turístico de Lorca, los príncipes tuvieron que esquivar los cascotes en las estrechas callejuelas convertidas en una suerte de ratonera para los propios vecinos, ya que el corte de calles por peligros de derrumbes ha convertido la zona en un auténtico laberinto. Allí contemplaron la que quizás sea una de las mayores heridas que el terremoto ha hecho a la 'Ciudad del Sol', la destrucción, casi total, de toda la cubierta y la cúpula de la iglesia de Santiago, una de las joyas del patrimonio artístico de la ciudad.

La imprevista imagen un intenso cielo azul en el lugar del techo cuando el párroco abrió de par en par la puerta principal no solo dejó sin palabras a los herederos sino a todos los vecinos, que todavía no había contemplado en directo tamaño desastre. A la vista del dantesco espectáculo, no era exagerado el pesimista cartel que el cura había colgado en la puerta del templo a modo de aviso a sus parroquianos 'La iglesia está en ruina. No podrá ser utilizada en años'.

Lorca, decían algunos de los vecinos de la parte vieja recién llegados del funeral, también está en ruinas y también tardará años en «volver a ser Lorca». «Sino que se lo pregunten a los pobres de la Huerta de la Rueda», decía una de las mujeres delante de su casa de 'punto rojo'. La Huerta fue la última escala de los Príncipes.

Esa explanada es el único sitio de Lorca que, 48 horas después del terremoto, no hay cascotes. Sólo tiendas de campaña y gente sin techo que este viernes pasará su tercera noche bajo las estrellas.