Inquietante pérdida de credibilidad

Manuel Campo Vidal

ESPAÑA

La politización de la Justicia hunde el prestigio de los magistrados, lo que unido al descrédito del Gobierno y de la oposición, agravan la sensación general de crisis

28 mar 2010 . Actualizado a las 03:00 h.

Malos tiempos para la credibilidad en España. De la economía, mejor no hablamos. Hasta el rey Juan Carlos, el pasado jueves en Sevilla, pedía más créditos para familias y empresas, en una comida privada en Sevilla con motivo del 175 aniversario de la fundación de Cajasol. De los políticos, nos lo dicen constantemente las encuestas: a la cola del índice de credibilidad. Los periodistas, por cierto, estábamos en la parte alta de la clasificación durante la Transición y ahora en la zona baja. Algo habremos hecho mal. Y últimamente destacan los jueces, con la credibilidad cayendo en picado.

Y sin credibilidad, la división de opiniones está servida. Este país es especialista en buscar motivos para dividirse y lo hizo de forma dramática durante la Guerra Civil. Después, Franco mantuvo la división entre la ciudadanía. No unió precisamente el rebuscar entre las fosas de los fusilados por Franco, aunque las familias están en su legítimo derecho de enterrar dignamente a los suyos. Y ahora el país se divide por el imparable juicio contra el juez Baltasar Garzón por el «terrible delito» de investigar la represión de Franco. Europa no sale de su asombro. «No juzgan los crímenes de Franco y, sin embargo, persiguen a quien los investiga», comentan alarmados periodistas europeos que ponían hasta hace poco a España como ejemplo de respeto a las libertades civiles. En sus crónicas, esos comunicadores destacan que Garzón, con sus excesos y sus defectos, ha perseguido tanto a socialistas como a conservadores, a narcotraficantes, a banqueros y a etarras, y le profesan un gran respeto porque fue el único juez en todo el mundo que supo poner en aprietos al dictador Augusto Pinochet.

¿Cómo se explica todo esto? Se explica por la politización de la Justicia, por la gravísima decisión tomada en su día por la que los grandes partidos se repartían los nombramientos en el tercer poder, el poder judicial, vulnerando su independencia e ignorando a Montesquieu. El espectáculo no cesa: se procesa a Baltasar Garzón; se anulan diligencias importantes como las escuchas policiales del caso Gürtel para ver si así escapan algunos implicados; se alargan los plazos y una sentencia como la del Estatuto catalán se prorroga años por un Tribunal Constitucional cuya renovación bloquea un partido. Duran Lleida lo explica gráficamente: «Nos eligen diputados por cuatro años y cesamos en cuanto acaba la legislatura. Se forma un Gobierno y cesa en cuanto hay un nuevo Parlamento elegido. Pero en el tercer poder se alargan indefinidamente los cargos buscando mayorías para mantener la orientación de las sentencias. No es serio, ni digno de un Estado de Derecho».

En el panorama electoral, la credibilidad brilla por su ausencia. Zapatero la ha ido erosionando tal como se adentraba en la crisis. Primero porque no la reconocía y después porque, para afrontarla, se contradecía con frecuencia.

El Partido Popular, enfrente, desaprovecha su gran oportunidad. Cierto que crece en expectativa de voto, aunque más bien baja el PSOE, pero eso sucede siempre a la oposición en tiempos de crisis, donde los gobiernos cargan con el desgaste, el que les corresponde y el ajeno. Pero una cosa es vencer y otra convencer. A esa tarea los populares no se aplican. Cierto que no es fácil con un ex ministro de Aznar y ex presidente de autonomía, Jaume Matas, que manejaba sin recato dinero negro presuntamente procedente de irregularidades y sobornos. Ni con un presidente como el valenciano, que mintió a la opinión pública y al presidente de su partido. Y que deleitó a sus adversarios, mientras sonrojaba a los suyos, con aquellos diálogos con el capo valenciano de la trama Gürtel («amiguito del alma, te quiero un huevo») que no los incluiría ni la peor telenovela.

Marianeo

No lo tiene fácil Mariano Rajoy con esa tropa para presentarse con credibilidad ante el electorado. Solo le falta esa incómoda aportación semanal que le hacen por turnos Esperanza Aguirre, Aznar o ahora Jaime Mayor Oreja. Es verdad que el ex ministro sabe de asuntos vascos y de etarras. Pero hasta Antonio Basagoiti, el joven líder popular vasco, le ha pedido a Mayor que no enrede. Y De Cospedal, que de Interior sabe también lo suyo, porque no en vano fue subsecretaria del ministerio, lo ha desautorizado también. Por cierto, algún día se ponderará el eficaz trabajo de Cospedal el 11-M, al frente de la maquinaria de Interior, ya que su ministro, Acebes, estaba en otras cosas.

Mariano Rajoy, ante Mayor Oreja, ha optado por esa táctica ya bautizada como el marianeo. Ya saben. No lo tiene fácil y hasta se entiende que huya de los micrófonos, porque entre Jaume Matas, Francisco Camps, Esperanza Aguirre, Aznar y ahora Mayor Oreja no le dan respiro. Pero sería bueno que el PP, si gana, o quien gane, lo haga con credibilidad, y no al amparo de jueces partidistas y escuchas anuladas. Para que la ciudadanía recupere la esperanza y la confianza perdida.