Josu Jon Imaz, el pactista moderado

Ramón Gorriarán MADRID

ESPAÑA

Dio un vuelco a la estrategia de su partido e hizo que amigos y enemigos hablaran del PNV de Imaz.

12 sep 2007 . Actualizado a las 22:53 h.

Con 44 años recién cumplidos, se va a su casa harto de ser cuestionado, sortear trampas, abortar conspiraciones y mantener continuas polémicas con sus compañeros de partido. Josu Jon Imaz no se presenta a la reelección como presidente del PNV convencido de que su continuidad en el cargo, si es que hubiera ganado la asamblea de diciembre, abocaba el partido a la escisión.

Una experiencia que tuvo ribetes dramáticos para el centenario partido en 1984 y que ahora hubiera tenido consecuencias muy difíciles de aquilatar, pero nefastas en todo caso.

Sus tres años y medio al frente del Euskadi Buru Batzar sirvieron para dar su apellido al partido. El PNV de Imaz era una referencia política para todos, era algo distinto al PNV de Xabier Arzalluz. Y lo era para el Gobierno, para los socialistas y para ETA, que también hacía, aunque fuera para mal, la distinción en sus comunicados. Este doctor en Químicas, especialista en polímeros, imprimió a su partido un marchamo de moderación y pragmatismo olvidado en los años montaraces de Lizarra y el plan Ibarretxe.

Recuperó el espíritu moderado y pactista del PNV, y aunque no llegó a la comunión de antaño con los socialistas, reconstruyó los destruidos puentes de entendimiento con el PSOE, y hasta se permitió el diálogo con el PP.

Sus problemas, al menos los principales, no estaba fuera del partido: estaban dentro, tenía el enemigo en casa. Arzalluz nunca digirió la derrota de su delfín Joseba Egibar y éste emprendió una campaña de acoso y derribo. Puso en solfa todos los movimientos estratégicos de Imaz; censuró sus acercamientos y alejamientos; y desde su taifa guipuzcoana ridiculizó cuanto pudo el sesgo pactista de su presidente.

El que hasta diciembre será líder del PNV se colocó en la misma longitud de onda política que José Luis Rodríguez Zapatero, cosas de la edad, y de Alfredo Pérez Rubalcaba, cosas de la química. La contemporaneidad con el presidente del Gobierno y compartir titulación universitaria con el ministro del Interior fueron muy útiles para generar una complicidad sincera y un entendimiento fluido que fue determinante para que el PNV fuera el aliado fiel que nunca había sido en anteriores intentos de acabar con la violencia. Imaz siempre secundó, sin atisbo de reparo, los pasos dados por el Gobierno y los socialistas en el proceso de paz.

Pero ese mismo comportamiento fue la perdición dentro de su partido. Los sectores soberanistas siempre recelaron de esa sintonía con el PSOE; de sus reparos a la convocatoria del referéndum sobre la autodeterminación anunciado por el lendakari; de su visión crítica hacia el pacto tripartito que sustenta al Ejecutivo de Vitoria; y de sus coqueteos con la teoría de la transversalidad política en Euskadi, y que no consiste más que en llegar a acuerdos entre nacionalistas y no nacionalistas.

No imponer, no impedir

Plasmó su pensamiento en la máxima «no imponer, no impedir», una yuxtaposición según la cual los nacionalistas no impondrían el estatus jurídico y político de los vascos, sino que tendría que ser fruto del pacto entre diferentes; y el Gobierno central, a su vez, no podría impedir que lo acordado en Euskadi se llevara a la práctica. Demasiado para los socios del PNV y demasiado para sus críticos dentro del partido. Ese planteamiento, decían, era dejar la última palabra a los socialistas que tendrían derecho de veto sobre las propuestas nacionalistas.

En este clima, cuajó una coalición contra Imaz. Por un lado, Eusko Alkartasuna y Ezker Batua, y por otro, Egibar y los suyos en el PNV. Imaz vio que la situación se hacía insostenible, que la ruptura de abría camino a pasos agigantados. En el acto de apertura del curso político del PNV, alertó del «cáncer» que es la desunión, pero nadie intuía el desenlace.

El portazo de Imaz pone fin, de momento, a una brillante carrera política que comenzó a los 15 años con la afiliación al PNV. Aquel joven guipuzcoano de Zumárraga, huérfano desde los ocho años, enseguida asumió responsabilidades superiores, y a los 18 años ya formaba parte de la dirección de las juventudes del PNV; en 1983, fue elegido representante en la asamblea nacional del PNV; en 1994, es elegido parlamentario europeo, una etapa en la que entró en contacto con el dirigente de ETA 'Mikel Antza', una relación que fue el embrión de la tregua de 1998; en 1999, entró en el Gobierno de Ibarretxe como consejero de Industria y portavoz; hasta que en enero de 2004 se hizo con el liderazgo del PNV. Ahora dice que regresa a su actividad profesional -hasta que marchó a Estrasburgo fue alto ejecutivo del Grupo Mondragón- y dedicará más tiempo a su esposa y sus tres hijos en su casa de San Sebastián.