El retorno del huevo frito

Joaquín Merino MADRID

ESPAÑA

Crítica | Gastronomía A pesar de los éxitos circenses y mediáticos de Madrid Fusión, crece sin cesar el número de "modernos" que regresan a la cocina española tangible, ¿por qué será?

08 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

El otro día cerraba yo en estas páginas mi crítica a un restaurante madrileño recién inaugurado comentando que «a través del huevo frito rehíce mi vida gastronómica», noticia que hubiera resultado insólita hasta hace poco ya que dicha gema de nuestra tradición culinaria se había extinguido, prácticamente, en las cartas de los restaurantes nacionales. Ahora, los jóvenes empresarios Carlos Padura e Íñigo Peralta, ya propietarios de Diurno y Okra, acaban de inaugurar un nuevo restaurante, El Mercado de la Reina (Gran Vía, 12, Madrid, tno. 915 213 198), con una buena relación precio-calidad, aunque los encantos gastronómicos podrían afinarse. Asimismo proporcionan alivio para el espíritu los nombres tranquilizadores de los platos que integran los «puestos» o capítulos (Puesto de Verduras, Puesto de Charcutería, Del Corral, Puesto de Carne, Puesto de Pescado, Dulces para Terminar) de este simbólico mercado. Y allá donde en Okra contemplábamos con aprensión la salsa lemon grass o la Maeunt ang, descubrimos aquí los huevos fritos de corral con morcilla de Burgos y patatas del Mercado (10¿), el lechón crujiente con ensalada o las chuletillas de cordero lechal. También relaja el interiorismo, en el que han intervenido los propietarios y su amigo Antonio Juara, y yo contemplo a través de los tres amplios ventanales, desde mi mesa rinconera, la calle de la Reina y el frontispicio de mi querido restaurante La Barraca, donde tantos buenos ratos pasé antaño con mi amigo Manolo Solís, fallecido recientemente, y otros epicúreos de toda la vida. La decoración resulta sencilla, con mesas y sillas escuetas y lámparas reconfortantes: desde la calle de la Reina se puede entrar directamente al bar de copas, bautizado como Gin Club y que abre de 13.00 a 2.30 horas, mientras que el restaurante propiamente dicho y su bar de tapas, a los que se accede desde la Gran Vía, lo hacen desde las 10 de la mañana a medianoche. El primero puede acoger 80 comensales y el segundo, 40. Volviendo a la manduca, la paletilla de bellota Isaro resultaba convincente y la crema de calabaza con cachelo pequeño, muy adecuada para el día, gris, cubierto y gélido, mientras que las croquetas de jamón eran perfectamente potables y las de bacalao, curiosamente, nada potables, ya que sabían a vinagre y poseían un extraño dulzor: el pobre bacalao estaba totalmente missing . El pulpo a la brasa con aceite de oliva virgen y vinagre de Módena, con una presentación muy a lo Mikonos resultó sabroso, jugoso y bien de textura. Hay cuatro especialidades distintas de «huevos fritos con...», diversas ensaladas, algunos platos más bien osados en el «puesto de pescado», como la corvina (por supuesto salvaje) asada sobre cama de cebolletas tiernas, y también coquinas y berberechos. Existe un menú de mediodía por 12¿, y en estos momentos se está desarrollando un «homenaje a la sidra», con el refrendo de cuatro pinchos asturianos típicos.