El párroco de Maruri se va criticando a la Iglesia vasca por ser tibia con ETA

Joseba García BILBAO

ESPAÑA

LUIS TEJIDO

03 ago 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

El párroco de la localidad vizcaína de Maruri, Jaime Larrinaga, se despidió ayer oficialmente de los que han sido sus feligreses durante los últimos 33 años. En su adiós, el primer cura con escolta por las amenazas de ETA reiteró sus críticas al nacionalismo, destacó que ante el terrorismo sólo hay dos opciones: o situarse junto a los que matan o enfrentarse a los violentos, y pidió a la jerarquía de la Iglesia vasca que «demuestre con los hechos su oposición a la violencia». Dirigentes del PP y PSE, miembros del Foro de Ermua, de la Plataforma Basta Ya y de la Fundación por la Libertad arroparon ayer al presidente del Foro de El Salvador y párroco de Maruri, Jaime Larrinaga, en su última misa en la localidad vizcaína antes de emprender un retiro de un año forzado por la amenaza terrorista y por el rechazo que la gran mayoría de sus feligreses, de ideología nacionalista. En la homilía, titulada «hasta siempre», Larrinaga justificó su marcha tras 33 años de trabajo en Maruri en las amenazas sufridas y aseguró que «si es cierto que yo soy el problema, espero comprobar en un futuro un cambio en las declaraciones de los poderes públicos». El cura negó haber sido «manipulado» por el PP para crear un movimiento antinacionalista en el seno de la Iglesia vasca, y dejó claro que se va «con la conciencia muy tranquila». El motivo por el que abandona Maruri tras llegar a un acuerdo con el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, es, según aseguró Larrinaga, su voluntad de «no someter a más sufrimiento a la parte de la feligresía que le acompañaba porque veían que estaba en una situación de heroicidad». «Los otros vecinos, que no venían a misa y que no me apoyaban, les acusaban, les hacían pressing, les amenazaban y les hacían la vida imposible», denunció el ya ex párroco, a quien la gran mayoría de vecinos de Maruri había dado la espalda, llegando incluso a negarse a que Larrinaga preparase a sus hijos para la comunión, lo que, en su opinión, demuestra la situación de «anormalidad y falta de libertad» que se vive en el País Vasco.