El «sorpasso» modera el discurso de Podemos, que no cesó en su acoso al PSOE

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

ELECCIONES 2016

Kiko Huesca | EFE

El candidato de la coalición, Pablo Iglesias, rectifica y ya no cuestiona las votaciones

25 jun 2016 . Actualizado a las 04:00 h.

Unidos Podemos llegó a la campaña con la creencia firme, avalada por las encuestas, de que había arreglado en los despachos lo que tendría muy complicado de ganar en las urnas en tan solo dos semanas. El trasvase hipotético de un millón de votos de IU a la formación morada y la incorporación de un valor popular como Alberto Garzón narcotizó cualquier viso de autocrítica y compensó con creces los errores de los últimos seis meses, que hundieron la popularidad de Pablo Iglesias. Y ahí radica la arriesgada apuesta de Íñigo Errejón, director de campaña: asumido el sorpasso a los socialistas, solo quedaba moderar el discurso, adaptarlo a los intereses territoriales para decantar algún escaño que se le cayera por el camino al PP y poner contra la pared cada día a Pedro Sánchez enviando constantes mensajes en los que reinterpretan a su favor la voluntad de las bases del PSOE. Con ese argumentario, en clave de segunda fuerza, todo lo que no sea sacar un diputado más que los socialistas dejará un pésimo sabor de boca y una situación incómoda a Iglesias, quien se verá atrapado por la hemeroteca.

Las fortalezas y debilidades de Unidos Podemos se evidenciaron en su forma de hacer campaña. Los primeros espadas modularon con bastante habilidad el discurso según el territorio al que se dirigían. Por momentos, en una televisión española el referendo catalán dejaba de ser una línea roja para un pacto posterior, y ese mismo día en un rotativo catalán se garantizaba el «derecho a decidir». El lema de campaña, La sonrisa de un país, se convirtió en La sonrisa de los pueblos en Barcelona, y en otros lares se adaptaron otros discursos en connivencia con las llamadas confluencias.

Pero como ocurre con cualquier partido, la evolución de sus movimientos desveló las carencias de la formación morada, en su caso entre los votantes de las áreas rurales y los mayores de 65 años. Convencidos de que «el mensaje del miedo» no hacía nada más que reforzar su poder para marcar la agenda política, los estrategas de la capital se lanzaron con descaro a por el voto de los abuelos, sabedores de su incapacidad estructural para llegar a todas las aldeas y pueblos de España. En estos lugares el predicamento de «los alcaldes del cambio», casi todos urbanitas, no cala.

Después de casi dos años con Pablo Iglesias opinando de la mañana a la noche en los medios de comunicación, el líder de Podemos redujo estas dos semanas la intensidad de sus apariciones y contuvo el mensaje, como evidenció en el debate televisivo de los cuatro líderes, al que acudió con el único objetivo de ningunear a Albert Rivera y recordarle a Sánchez el camino. No pisó Galicia porque estuvo más centrado en las televisiones estatales, cediendo la carretera y los viajes relámpago en avión a Errejón y Garzón, los rostros más amables y valorados por los votantes de otros partidos.

«Esto no es Venezuela»

El Iglesias más guerrero apareció con la última polémica de campaña, la conversación grabada al ministro de Interior en su despacho. Mientras PSOE y Ciudadanos pedían la dimisión de Jorge Fernández Díaz, el líder de Podemos puso en duda la limpieza del proceso electoral, en manos de un ministerio que, a su juicio, vive en «un despelote» constante. Con esas palabras solo consiguió poner de acuerdo por primera vez a la «gran coalición», que casi al unísono le recordó que «esto no es Venezuela». Ayer, en el penúltimo suspiro de la campaña, rectificó y mostró su «plena confianza» en los profesionales que velarán por las votaciones de mañana.