Mariano Rajoy: Abonado al tancredismo para salir indemne de un trámite que aborrecía

M. Cheda REDACCIÓN / LA VOZ

ELECCIONES 2016

Rajoy recurrió a los números en cada ataque que recibió y pecó, sobre todo al principio, de no mirar a la cara a sus adversarios

14 jun 2016 . Actualizado a las 10:52 h.

Un vaso es un vaso y un plato es un plato. Pero el presidente del Gobierno es a veces Mariano y otras Rajoy. Es el tipo de la colleja a su hijo, el que se lía a albariños con Bertín, el de la sorna. Y también ese señor un tanto acartonado, el distante en el plasma, un tecnócrata al que le faltó piel. Anoche, tras la pantalla, apareció más el segundo que el primero. Tancredismo al cubo.

No prometían las vísperas. No gran cosa. Porque, iniciado mayo, el líder del PP había reconocido lo que para entonces casi toda España ya sospechaba. «A nadie le gustan los debates, requieren mucha preparación», se había sincerado. Así que llegó al plató medio a rastras, con Moragas tirándole de una oreja y las circunstancias de la otra. Arribó además asesorado por Soraya, quien el 7 de diciembre se había sometido a igual formato. Evita el cuerpo a cuerpo y deja que se despellejen los tres, le aconsejó ella en las horas previas.

Superviviente antes que gallego, eso hizo. Emergiendo entre una montaña de pósits, la mayor parte del tiempo fue Neo en Matrix, esquivando balas a cámara lenta; Stallone en Rambo, escenificando un todos contra mí; y espectador de ambas películas, comiendo palomitas y disfrutando de los choques entre sus adversarios. Entretanto, recitaba su eterna letanía: «Gobernar no es fácil. [...] Aquí no se viene a hacer prácticas. [...] Evitamos el rescate. [...] Crearemos dos millones de empleos». Salvo uno, soportó estoico los intentos de interrupción tanto de Rivera (5) como de Sánchez (4). De hecho, cruzó más miradas con los periodistas Blanco y Vallés que con sus contrincantes. No se fumó un puro porque lo ha dejado.

Solo se le vio incómodo en un bloque, el de regeneración, cuando, acorralado en ocasiones, observó a su derecha, como buscando al Campo Vidal del cara a cara, anhelando que propusiera dejar de hablar de corrupción para adentrarse en Cataluña. Pero no estaba. Patinó ahí dos veces, titubeando en el arranque y luego confundiendo el hecho de que el líder de C?s hubiese realizado en su juventud pagos en negro con la falsedad de que hubiera cobrado en B. Fue también la única ocasión en la que pasó a la ofensiva, afeando a Rivera su egolatría y «carácter inquisidor», y a Sánchez, el procesamiento de Chaves y Griñán. Esta vez ni siquiera halló rival «ruiz». Salió indemne.