Lo que Sánchez y Casado no han aclarado

ELECCIONES 2020

Pilar Canicoba

PSOE y PP deben garantizar que no gobernarán si el precio es hacer concesiones al independentismo o a la ultraderecha

22 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En una campaña que se esperaba condicionada por su coincidencia con el juicio a los líderes del procés, lo cierto es que la causa que se sigue en el Tribunal Supremo contra los cabecillas independentistas acusados de rebelión no está teniendo ninguna repercusión en el debate, por más que los propios acusados y sus apoyos políticos y mediáticos traten de contaminar la contienda electoral recurriendo a los tópicos victimistas una y mil veces vistos. Algo que sin duda es una buena señal para la salud democrática española y que demuestra que, en contra del relato que los acusados quieren vender al mundo, no solo están teniendo un juicio con todas las garantías, sino que, a lo largo que este avanza, se derrumban sus falsas proclamas pacifistas y queda cada vez más claro que se trató de un desafío antidemocrático al Estado de derecho en el que poco les importó a sus responsables la certeza de que su hoja de ruta conduciría a hechos violentos, por más que los alentaran o no directamente.

Las encuestas que se publicaron ayer indican que llegamos a la semana final de la campaña con todas las posibilidades abiertas. Máxime, cuando los dos debates que se celebrarán hoy y mañana serán decisivos para inclinar la balanza ante el gran número de indecisos. Seguimos sin saber, por tanto, si habrá Gobierno de izquierda o de derechas. Ninguna de las dos opciones debería ser preocupante para el futuro de España, porque eso es lo que ha sucedido desde el inicio de la democracia. Pero, para que esa confianza en la normalidad democrática sea real, debe quedar claro que en ningún caso el Gobierno puede ser rehén de unos partidos independentistas cuyo objetivo es precisamente acabar con España como nación.

Por más que ahora parezca difícil imaginarlo, sea cual sea el resultado del próximo domingo, habrá múltiples combinaciones para impedir que ello pueda suceder. Y eso es lo que cabría exigir tanto a la izquierda como a la derecha. Que, una vez que los ciudadanos se pronuncien en las urnas, todos hagan un esfuerzo de generosidad para que no sean lo enemigos de España los que, con unos pocos escaños, puedan decidir el futuro de 47 millones de españoles.

Es evidente que, en el caso de que el PP y Ciudadanos lograran remontar tras los debates y sumaran una mayoría con los votos de Vox, tampoco deberían aceptar que las propuestas radicales de la extrema derecha condicionaran el Gobierno de España, porque ello sería una involución democrática. Por tanto, sería muy deseable que antes de que concluya la campaña, la izquierda dejara meridianamente claro que no aceptará formar Gobierno con el apoyo o la abstención de los independentistas si estos mantienen su exigencia de dejar abierta la puerta a un referendo independentista. Y también, que la derecha aclarara que, aunque necesite los votos de Vox, no aceptarán sus propuestas involucionistas ni permitirá que entre a formar parte de su Gobierno. Cualquier fórmula, por compleja que sea, incluida la de que quien no logre gobernar se abstenga, será mejor que la de permitir que se aceptara el chantaje de los independentistas o de la ultraderecha.

El paisaje para después de la batalla es desalentador

Sea cual sea el resultado de las elecciones y la formación de Gobierno, lo que estamos viendo en la campaña hace temer que el paisaje después de la batalla puede ser desolador. Los líderes de los cuatro principales partidos, PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, se han asegurado de formar unos grupos parlamentarios absolutamente fieles a ellos y han laminado prácticamente a los sectores críticos. Será difícil, por tanto, que quien resulte derrotado, es decir, quien no logre formar Gobierno, acepte su fracaso y deje paso a una renovación en sus respectivas formaciones. Algo que, en caso de producirse, aseguraría una legislatura durísima y una oposición nada constructiva, sino más bien destructiva. 

Dos debates en 24 horas no dan tiempo para rectificar 

Habrá que ver si, en función de lo que ocurra esta noche en el debate en TVE, Pedro Sánchez mantiene o no su estrategia de campaña zen, convencido de que la mejor manera de ganar, ahora que va por delante en las encuestas, es la de presentarse como un líder por encima del bien y del mal y dejar que sean los demás los que se enzarcen en peleas y se destruyan entre ellos. Y habrá que ver también si tiene tiempo de rectificar. En 1993, Felipe González se confió en su primer debate contra Aznar y perdió. Pero solo una semana después cambió su estrategia y se volcó en el ataque, lo que le permitió ganar el debate y también las elecciones. Para Sánchez, quizás 24 horas sea demasiado poco tiempo para rectificar.

No está claro si la ausencia de Vox le beneficia o le lastra

Han hablado los políticos y también los politólogos y los especialistas en campañas electorales. Pero lo cierto es que ni unos ni otros tienen ni idea de si el hecho de que el líder de Vox, Santiago Abascal, no pueda participar en los debates electorales puede beneficiar o perjudicar las opciones de su partido en las próximas elecciones. Por un lado, el hecho de no medirse cara a cara con sus adversarios concuerda con la campaña de Vox de ignorar a todos los demás, incluidos los medios, y hacer su campaña a través de las redes. Por otro, el hecho de que el debate pueda polarizar el voto entre las otras cuatro opciones y hacerle perder visibilidad es una clara desventaja. La solución solo la sabremos el próximo domingo.