NO USAR** El móvil sigue siendo tabú en clase

Sara Carreira Piñeiro
Sara Carreira REDACCIÓN / LA VOZ

EDUCACIÓN

Imagen de archivo de un alumno del CPR Vila do Arenteiro, en O Carballiño, usando el móvil en clase para resolver un problema de Matemáticas
Imagen de archivo de un alumno del CPR Vila do Arenteiro, en O Carballiño, usando el móvil en clase para resolver un problema de Matemáticas

Los profesores asumen que el teléfono es una realidad para sus alumnos pero limitan o prohíben su uso en el aula por incapacidad para garantizar su control

06 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El uso del móvil en el instituto en Galicia sigue siendo algo residual, incluso después de la experiencia del confinamiento. No es que los profesores no quieran utilizarlo, es que en la mayoría de los casos no saben por dónde empezar, ya que el problema tiene tantas vertientes que impresiona: «Nosotros nunca somos partidarios de la prohibición, pero entendemos a los profesores», dice Fernando Fraga, maestro e investigador de la USC experto en tecnologías en la educación. Fraga enmarca los principales problemas que afrontan los docentes: «La escuela está bombardeada de demandas, desde la educación física a la alimentación saludable, el tráfico, los idiomas, la igualdad, la inclusión... Frente a esto, ves venir el tsunami de los móviles, que parece una ola pequeña, pero que arrastra todo. Y la opción que se te ocurre es la prohibición, porque es difícil de gestionar». Los docentes saben que los móviles en el aula tienen ventajas y desventajas. La parte buena es que motivan a los estudiantes, les da una rapidez enorme en las búsquedas de información, facilitan el trabajo en equipo y despiertan su creatividad. Juan Sanmartín, docente del CPR Vila do Arenteiro (O Carballiño) lleva unos diez años trabajando en esta línea: «Es una herramienta fantástica, tienen calculadora, acceso directo a la información, cuestionarios de control del aprendizaje, pueden hacer una infografía...»; .

Hay centros que apuestan más por la tableta para centrar su uso educativo, donde el tamaño de la pantalla es fundamental. El CPR Esclavas, de A Coruña, hace tiempo que la ha incorporado al aula, y su uso se ha disparado desde la pandemia en todos los colegios de la Fundación Educativa ACI, cuya coordinadora pedagógica, Loreto Sáenz de Buruaga, destaca la capacidad de personalizar el aprendizaje con estos dispositivos. Lo mismo piensa Sanmartín: «Yo puedo ofrecer diferentes alternativas de trabajo según cada tipo de alumnos sin tener que estar corrigiendo permanentemente en el encerado».

La parte negativa de los móviles en clase es fácil de entender. Son un riesgo para el acceso a según qué tipo de contenido, están detrás de parte de los acosos y distraen al estudiante. Una balanza difícil de equilibrar, como reconoce el director de un instituto público: «Hay que entender que debemos formar en su adecuado uso más que coartarlo, pero es cierto que, al igual que los ordenadores E-Dixgal, es una ventana a un mundo de información y a la vez de distracción y, por qué no decirlo, a los peligros del acoso de cualquier índole».

Fernando Fraga cree que para ser capaces de mantener la balanza entre conocimiento-riesgos hay que comenzar el trabajo en primaria y contar con las familias: «Solo funcionaría el uso del móvil en clase si estás alineado con la familia». Y detalla: «Unos padres le dan a su hijo de seis años una tableta para que juegue. Y no le crean un usuario de esa edad, por lo que las app no filtran contenido, recopilan datos y proponen vídeos e imágenes a demanda. Un niño de esa edad no puede tener ni YouTube, ni Spotify o mucho menos TikTok. Los niños hoy se inician fuera de toda regulación», y el funcionamiento de las app tiene tal nivel de sofisticación «que las familias no lo entienden y están superadas». «Es —pone un ejemplo que los adultos pueden entender— como si le pones la televisión sin control. Hay que establecer un control, qué ve y cuándo, o que lo haga después de trabajar o hacer los deberes; que no vea la televisión comiendo...». Y eso, con los móviles, no se hace.

Adriana Gewerc, profesora de la USC que comparte grupos de investigación con Fraga, se lamenta: «Ahora todo depende de las familias, y la escuela no puede compensar la desigualdad», y puntualiza: «Esto no es una crítica a la escuela, porque estamos hablando de un cambio muy profundo, de un proceso muy complejo que tiene grandes contradicciones», y la Administración «va siempre por detrás». «Los adultos pensamos que hay dos mundos, pero no es cierto. ¿Dónde habitamos? Las redes sociales nos configuran hoy nuestra manera de ser y estar, también a nosotros». Ambos investigadores aluden a la responsabilidad conjunta que familias, escuela y Administración tienen a la hora de proteger a los menores. De ahí que el trabajo se tenga que hacer desde el principio y acompasado con las familias. 

Competencia es algo más que habilidad

Pero no solo eso. También hay que diferenciar, entre habilidad y competencia: «La Lomloe parece que insiste más en las competencias —comenta Fernando Fraga— pero aún así los prescriptores operativos son próximos a las habilidades». Por ejemplo, un alumno debe salir de la ESO sabiendo «buscar, seleccionar y archivar información en función de sus necesidades» pero «no lee las condiciones de uso, ni sabe lo que son las cookies, ni se pregunta a quién le está dando sus datos». Eso es competencia.