Natalia, alumna del nuevo grado de Relaciones Internacionales: «Mi objetivo no es ganar dinero, sino aportar algo a la sociedad»

EDUCACIÓN

JOSE PARDO

La estudiante, que vive en A Coruña y cursa esta nueva carrera en el campus ferrolano de la UDC, lamenta la odisea a la que se enfrenta cada día en el bus: «Para llegar a clase a las 9, tengo que levantarme a las 5.40»

04 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si no se hubiese tomado un año sabático, seguramente Natalia Torre no estaría estudiando su grado soñado. Su historia es de esas que parecen amañadas por el destino. La vocación y la pasión las traía de serie, pero fue en el último año cuando todas las piezas del puzle encajaron sin querer. Cuando acabó el bachillerato, sabía que el grado de Relacións Internacionais le interesaba, pero no quería irse a vivir a Madrid ni a ninguna gran ciudad. «Yo soy de Cantabria, y en todo el norte de España no había este grado», recuerda. Las dudas la acechaban, así que decidió irse a hacer un voluntariado a un colegio de Francia. «Vi que no era lo mío, y fue justo entonces cuando supe que empezaba este curso la carrera en A Coruña. Pensé: '¡Qué suerte!'». Una suerte doble, porque su familia materna es coruñesa. De golpe, Natalia podía estudiar lo que realmente le gustaba en su segunda tierra, acompañada y sin necesidad de buscar piso. «Es increíble, como si fuese el destino. Y fue gracias a haberme tomado ese año sabático, que aquí en España no se hace mucho, y es una pena».

Lo único que no le ha salido rodado a Natalia este curso es el transporte. Entre A Coruña y Ferrol hay tan solo 53 kilómetros, pero tiene que levantarse cada día a las 5.40 para entrar en clase a las 9. «Vivo bastante cerca del centro de A Coruña, pero para poder coger el bus a Ferrol primero tengo que coger otro que me deja en la estación de autobuses de A Coruña a las siete y poco. Una vez allí, ya cojo el de Ferrol, que es del que se está quejando todo el mundo, porque es horrible. Hay muy pocas frecuencias y mucha gente se queda fuera, porque se llena siempre». Ella inicia el trayecto a las 7.30 y llega casi a las 8.30 a la ciudad naval, —«aunque por lo menos me deja delante del campus de Esteiro», señala— . Podría coger el bus que sale a las 8 de la estación de A Coruña, «pero los que van directos por autovía salen a las y media, y el de las 8 en punto es el que para por todos los pueblos. Tarda hora y pico, y ya no llego a clase».

Las modificaciones realizadas desde esta semana no le facilitan nada. «Es que la idea de esos cambios creo que está más planteada para estudiantes de institutos, pero nada para los universitarios ni la gente que va todos los días a Ferrol, que por lo que veo es bastante», dice. Como el tren se eterniza todavía más, Natalia lo tiene absolutamente descartado, por lo que baraja la posibilidad de sacarse el carné, «aunque aún no lo hice porque en A Coruña no hay ni dónde meter el coche, no encuentras plazas de párking libres». Ni una ni otra ciudad se lo ponen fácil.

Salvada esta dificultad que le roba unas cuantas horas de sueño a la semana, esta alumna está feliz con su elección. Para mudarse de Cantabria a Galicia y enfrentar un periplo que supera las cuatro horas cada mañana para ir a clase, hay que tener muchas ganas. «Sí que las tengo. Yo siempre he querido un trabajo que me sirviera para aportar algo a la sociedad. Porque trabajar en una empresa está muy bien, pero hagas lo que hagas, el fin de una empresa es ganar dinero. Y ese no es mi objetivo, sino trabajar en algo que tenga un impacto positivo en la sociedad.

Diplomática de la UE

Como este era un grado nuevo, temía no conseguir plaza. «Yo tenía una nota alta, pero me asustaba que al empezar este año no tenía nota de corte, y había muy pocas plazas. Además, se imparte en Ferrol (UDC) y en Ourense (UVigo), pero yo solo solicité Ferrol», señala. Afortunadamente, accedió en la primera convocatoria, y hoy es una de los 27 estudiantes que cursa el grado en el edificio de la Facultade de Humanidades e Documentación del Campus Industrial de Ferrol. Por su parte, Ourense tiene 28 alumnos matriculados. Inicialmente, entre ambas facultades se sacaron 45 vacantes, que se ampliaron a 55. Muchos se quedaron fuera en el que fue sin duda un éxito rotundo para el primer año de este grado. El próximo curso, la nota de corte será de 9,208 en Ferrol y de 10,020 en Ourense.

Los primeros cursos ambos campus ofrecen contenidos idénticos —incluso comparten profesorado entre Ferrol y Ourense, de modo que la mitad de las clases son online—, pero después se diferencian en sus especialidades: la de Ferrol es Cooperación Internacional para o Desenvolvemento y la de Ourense, Xestión de Proxectos e Negocios Internacionais. Natalia se quedará en el campus ferrolano. Con grupos tan reducidos, la dinámica de las clases es idónea. «Se parece un montón al cole, incluso los profesores te tratan de forma supercercana, quieren que aprendas. Es todo muy motivador y se respira ilusión».

Al contrario de lo que pueda parecer, no es una carrera únicamente teórica. «Empezamos con dos semanas expositivas de teoría, y después arrancamos ya con las clases interactivas para aplicar a la práctica esas dos semanas teóricas que hemos dado. Por ejemplo, en historia vamos a ver archivos y comentarlos; en geodemografía, el profesor tuvo la idea de que cada uno escogiese su país y hablase de su evolución demográfica comparándolos...», explica. Los alumnos de Relacións Internacionais también harán prácticas antes de finalizar el grado, «nos dijeron que aproximadamente un centenar de empresas han aceptado colaborar con la carrera, apoyándola».

«¿Y eso tiene salidas?»

Al tratarse de un campo novedoso, hay a quien le cuesta verle la salida profesional. «Sí, a mí me ha pasado. Te dicen: '¿Pero eso tiene salidas?'. Es un campo profesional relativamente nuevo. Pero yo, como mi familia ha estado en el extranjero y tengo una perspectiva más internacional, pienso que si estás dispuesto a trabajar en el extranjero, puedes ganarte la vida bien». De hecho, el grado, que es bilingüe y cuenta con la mitad de las asignaturas en inglés, también imparte francés y alemán. Ella ya baraja varias salidas profesionales. «O diplomacia, aunque me parece más complicado porque hay muy pocas plazas, o haciendo proyectos de desarrollo en algún país. También me interesa mucho la ayuda a la inmigración, porque mis abuelos emigraron a Alemania y mi padre se crio allí como inmigrante, y es una experiencia muy distinta».

A pesar de sus evidentes ganas de ver mundo, Natalia ya tiene los billetes para ir a casa por Navidad. «No sé si podré ir antes en algún puente, porque el bus hasta Cantabria tarda ocho horas y media», lamenta. Menos mal que, por muchas dificultades que le ponga la carretera, para esta chica tan internacional no existen las fronteras.